Guadalupe Loaeza / La boda real

AutorGuadalupe Loaeza

Lo que le gustó más a Enrique de la boda real fue Pippa, la hermana de la novia. No hay duda, después de Kate, la que causó verdadera sensación entre los paparazzi y los miles y miles de súbditos de la Reina Isabel fue Philippa Middleton, de 27 años. Es cierto que esta joven que trabaja para Party Pieces, una sociedad de accesorios para fiestas gracias a la cual sus padres, Carole y Michael Middleton, se han hecho millonarios, de allí que la que fuera la dama de honor, se haya convertido, frente a muchos londinenses, en un verdadero partidazo.

"Todo el mundo habla del vestido de Kate, pero la que verdaderamente estaba espectacular era Pippa", opinan miles de internautas que participaron en las redes sociales. Este tipo de comentarios se multiplicó a lo largo del viernes tanto en Twitter como en Facebook. Incluso hasta se creó una página especial para la "hermanita" de la novia, la cual reunió a más de 45 mil fans, debido a su vestido en seda de satín color marfil, pegadísimo, por medio de una cantidad de botoncitos forrados de encaje, a su fina silueta. "Más guapa y de mejor cuerpo que su hermana. Esperamos que ella también se acabe casando con otro príncipe", eran algunos de los comentarios de sus admiradores. Muchos incluso proponían casarla con Harry, hermano del novio.

En cambio, lo que a mí me gustó más de la boda real fue el hecho de que Kate no piensa de ningún modo "obedecer" a William. Eso sí, está dispuesta, a "amarlo, confortarlo, honrarlo y mantenerlo en la salud y en la enfermedad", tal como prometiera la Princesa Diana cuando se casó con el Príncipe Carlos en 1981. ¿Por qué será que nunca se le pide lo mismo al novio? ¿Porque se trata de una observancia bíblica (hoy por hoy, totalmente en desuso)? O porque supuestamente la mujer es más débil y, por consiguiente, tiene que obedecer a su "macho", porque de lo contrario sufriría las consecuencias. Recuerdo, con todo el dolor de mi corazón, haber escuchado dos veces la epístola de Melchor Ocampo, la primera en boca de un juez varón, y la segunda, de una jueza: "El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección; tratándola siempre como la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando por la sociedad se le ha confiado. La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación...

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