Guadalupe Loaeza/ Amélie

AutorGuadalupe Loaeza

Para Federico Wilkins

Había una vez una niña que se llamaba Amélie Poulin. Desde que Amélie era muy pequeña se creó un mundo muy particular, un mundo que no tenía nada que ver con el de sus padres, ni con el de sus vecinos de la banlieu, el pequeño barrio de las afueras de París en donde vivía una vida incolora e insabora. Su padre era médico y su madre, maestra; ambos eran sumamente austeros, estrictos y enemigos de cualquier tipo de manifestación de afecto. De allí que Amélie, hija única, se pasara tanto tiempo sola en tanto observaba, durante horas, el pescado rojo de la pecera municipal. Un día su mascota desaparece; por más que Monsieur Poulin trata de consolarla no lo consigue. A partir de esa pérdida Amélie se vuelve aún más solitaria e imaginativa. Se inventa nuevos amigos y se divierte muchísimo creando juegos demasiado extraños para una niña de 10 años. Unas semanas después de la desaparición de su mascota, Amélie sufriría otra todavía más grave e insustituible. Un domingo fue a misa en compañía de su mamá y en el preciso instante en que salen de la iglesia, un canadiense suicida se arroja desde el campanario y cae sobre Madame Poulin provocándole una muerte instantánea. Además de huérfana de madre, de alguna manera Amélie lo sería también del mundo pequeñito de un padre quien, frente a la viudez, no tiene más opción que encerrarse, a doble llave, en sí mismo. Pasan los años y con ellos muchos recuerdos que empiezan a acumularse en el interior del alma de Amélie. Un alma demasiado bondadosa para un clima terriblemente asfixiante e intolerante. Una madrugada, una Amélie de 18 años se despierta, se viste, se pone su abrigo y se dirige hacia el jardín donde se encuentra con otro de sus amigos, un duende de yeso cuya única misión consiste en servir de decoración entre hierbas y matorrales abandonados. "Au revoir", le dice muy quedito al oído. Acto seguido se encamina hacia la puerta, la abre y sale a la calle no sin esbozar una extraña sonrisa. Mientras tanto su padre continúa durmiendo en una cama estrecha, desordenada, pero, sobre todo, llena de frío y de soledad.

De todos los barrios de París, el que elige Amélie para vivir y trabajar es ¡Montmartre! Ciertamente no fue casual su elección. Sabía que a fines del Siglo 19 este barrio se había convertido en la meca de artistas, escritores y poetas. Sabía que la colina de Montmartre mantenía cierto encanto, gracias a su aire de pueblito en mitad de la ciudad. Pero lo que más sabía...

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