Grotesca relectura del mito

AutorErnesto Diezmartínez

Si hay un sitio en México en el que debería exhibirse Fausto (Faust, Rusia, 2011) ese lugar se llama la Cineteca Nacional y su circuito cultural-alternativo. Si me pregunta en qué otro sitio podría verse el más reciente largometraje de Aleksandr Sokurov, me pondría usted en aprietos. Fuera del circuito festivalero y de los cine-clubs con vocación de cine de autor, no sé en qué otra parte podría verse esta extravagante, desbordada y grotesca relectura del mito de Fausto.

Para bien y para mal, la programación de esta 53 Muestra Internacional de Cine ha sido consistente. Ha privilegiado el cine de autor más recalcitrante, caprichoso y personal, sea el de Arturo Ripstein, sea el de Aki Kaursmäki, sea el de, en este caso, el (dizque) heredero de Tarkovsky, Aleksandr Sokurov. Así, la bien conocida historia escrita por Goethe sobre el hombre que vendió su alma al diablo le sirve a Sokurov como mero excipiente para un prodigioso espectáculo visual que inicia fascinando pero termina por exasperar.

Estamos ante la última parte de una serie que ha explorado los excesos del poder totalitario:

Moloch (1999), sobre Hitler; Telets (2001), sobre Lenin; y Solntse (2005), sobre Hirohito. Sin embargo, en esta cuarta parte, en lugar de tomar algún otro personaje histórico (¿dónde quedaron Stalin, Mao, Fidel?), Sokurov optó por la exploración alegórico-literaria. Así, el poder que busca el alquimista, profesor y médico Fausto (Johannes Zeiler) no es político.

Él quiere algo más inmediato. Por ejemplo, una noche con una bellísima mujer que parece haber salido de un cuadro de Vermeer (Isolda Dychauk). Para ello, no tendrá empacho en vender su alma a un excéntrico demonio, tan...

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