El gran strip-tease

AutorPatricio Jara

Más allá de los incuestionables atributos de su trabajo de ficción y lejos de cualquier favoritismo personal que nos lleve a elegir cuál es la novela que más nos gusta de Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936); por sobre todo eso y más lejos aún, lo más posible, de las consideraciones extraliterarias que se traigan a la mesa a los pocos días de haber recibido el Gran Premio, hay toda una gama de textos publicados por el novelista peruano que en estos momentos de fervor probablemente pasen a un segundo plano: son libros que más que llevarnos a un universo narrativo contundente, más que la ficción pura, revelan su profunda vocación como narrador y, aún más importante, su entera generosidad al compartirlos con el lector anónimo.

Quizá se lo habrán dicho cientos de veces y se lo habrán agradecido cientos de veces también, pero si hay algo valioso en un autor de la talla de Vargas Llosa es su deseo constante de compartir sus reflexiones, sus certezas y sus dudas; el ímpetu al dejar por escrito sus procesos de escritura sin que aquello necesariamente se transforme en una receta ni menos en un dogma ciego y enceguecedor. Tal es el caso de Historia secreta de una novela (1971), que trata sobre su experiencia en la escritura de La casa verde. El otro es La verdad de las mentiras (1990), una colección de ensayos enlazados por un prólogo que da el título a la obra.

Aquellos libros constituyeron una verdadera caja de herramientas, un manual de instrucciones -y una compañía invaluable, a fin de cuentas- para todos cuantos alguna vez fuimos escritores jóvenes, muchas veces formados a tientas lejos de la capital o de los grandes centros culturales; chicos sin haber participado jamás de talleres literarios y con no más de tres o cuatros amigos dispuestos a hablar de literatura en toda la ciudad.

Se trata de libros de ensayo que uno conserva con gratitud por la iluminación que brindaron en momentos clave; y con nostalgia porque aquel entusiasmo con que uno se volcó a escribir sus primeras ficciones nunca más volverá a ser el mismo. Allí están, ahí los tengo, siempre a mano, pues vuelvo a consultarlos cada vez que me animo con un nuevo proyecto y cada vez que me desanimo con un nuevo proyecto. Son libros con la utilidad de un tanque de oxígeno, a los que se recurre cuando todo se vuelve pantanoso, cuando uno desconfía de su propia escritura y el pequeño Frankenstein que hemos construido no da señales de vida.

Es entonces cuando releemos sus páginas...

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