Gomorra, la mafia sin glamour

AutorRafael Aviña

En Gomorra, el impactante y realista libro de docuficción escrito por Roberto Saviano, la referencia bíblica del Antiguo Testamento es más que evidente. Aquí: Nápoles, con sus barrios y su periferia, resulta la ciudad en decadencia sepultada por el fuego y el azufre del dinero fácil, la brutalidad, la ignorancia, la venganza y ese vivir día a día sabiéndose muerto. Su versión fílmica a cargo del realizador italiano Matteo Garrone, acreedora al gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2008, es una crónica hiperrealista y sin glamour de la nueva Camorra: una de las extensiones de la mafia italiana a la que se le denomina ahora como el "Sistema", que cada año recluta en sus diversas actividades criminales a miles de niños y adolescentes que abandonan la escuela en pos de una vida repleta de adrenalina y dinero rápido.

Gomorra, la película abre y cierra con secuencias de asesinato como en otros tantos relatos cinematográficos sobre el crimen organizado. No obstante, a diferencia de la mayoría de las historias sobre la mafia, no hay nada de romántico en dichas escenas. Por el contrario: resultan sucias, bochornosas y carentes de espectáculo o de guiños gore. Ya sean los machos cuarentones que "consienten" sus cuerpos con bronceados artificiales y manicure, o los jovencitos ignorantes a los que les sobra testosterona y les falta cerebro e idealizan ingenuamente a los mafiosos de Hollywood como Tony Montana (Al Pacino) en Caracortada (Brian DePalma, 1983), para terminar como basura que se recoge en la playa con un montacargas, en un filme que se coloca en el extremo opuesto de las cintas de culto de Scorsese, Coppola, los Coen o el citado De Palma y se aproxima más al cine de Abel Ferrara (El verdugo de Nueva York, Corrupción judicial, El funeral).

Sin duda, uno de los méritos de un filme como Gomorra no sólo es su capacidad de denuncia directa sin ser obvia y oficialista sobre un mal social cada vez más globalizado, sino su rechazo a idealizar la violencia y sus asesinos que tienen todo, menos carisma. Es el apostar por una crónica de situaciones realistas protagonizada por actores poco conocidos y no profesionales, en la que se narran cinco historias independientes, aparentemente sin conexión y tan cotidianas que superan cualquier ficción, donde la ilegalidad y la justicia social se confunden. Todo ello, en una suerte de neorrealismo que igual sucede en un lastimoso antro de table dance, en campos de cultivo envenenados por materiales...

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