El glaciar infinito

AutorPatricia Miranda

Texto y fotos: Patricia Miranda

Enviada

ALBERTA, Canadá.- La instrucción es clara: hay que vigilar cada paso apenas se ponga un pie en el Glaciar Athabasca, esa resbaladiza joya del Parque Nacional de Jasper.

Equipado con seis titánicos neumáticos, uno de los autobuses se pone en marcha. A bordo, los 56 pasajeros que le caben al todoterreno Brewster Ice Explorer intuyen que el recorrido será una forma de regresar a la Era del Hielo.

Sin decir "agua va" aparece una empinadísima bajada. Pese a que el vehículo no rebasa los 18 kilómetros por hora, más de uno siente un hueco en el estómago; a juzgar por la cara que llevan los pasajeros del autobús que regresa, la subida también tiene preparada su dosis de vértigo.

A la distancia se observa una gigantesca lengua de hielo de 6 kilómetros de largo por uno de ancho. Se hace tarde para llegar a su regazo. Algunos pasajeros alzan y mueven los brazos; otros, disparan sus cámaras, pero no hay que distraerse con el barullo para escuchar la explicación del guía.

El de Athabasca es tan sólo uno de los seis glaciares que conforman el vasto Columbia Icefield o Campo de Hielo Columbia, una de las más grandes superficies de hielo -de 325 kilómetros cuadrados- ubicada por debajo del Círculo Polar Ártico.

Las aguas de su deshielo alimentan a tres caudalosos ríos (Saskatchewan North, Columbia y Athabasca) y, por si fuera poco, a los océanos Ártico, Atlántico y Pacífico.

El Columbia Icefield tiene un espesor de entre 100 y 365 metros, señala el guía. Los viajeros toman el dato distraídamente, como una curiosidad, hasta que agrega: "en algunas zonas, el glaciar tiene grietas que alcanzan una profundidad de 300 metros".

La probabilidad de toparse con una de ellas en esta ocasión es baja: ese adrenalínico encuentro es privilegio de quienes realizan -sólo bajo la supervisión de un experimentado guía- la caminata Forefield Trail, una excursión especializada a través de un sendero más largo y difícil que el que ahora recorrerán.

A lo lejos se distinguen grupos de estos concentradísimos senderistas, quienes por nada del mundo pueden romper la famosa fila india.

La situación es muy distinta para los turistas que llegan en autobús a la parte más segura del glaciar. Al descender de éste y pese a las advertencias, caminar sobre el hielo sin resbalar se convierte en el gran reto.

El viento helado abofetea rostros hasta sonrojarlos y bajo muchos pares de pies se alcanzan a ver riachuelos, que sigilosos se desplazan a...

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