Germán Martínez Cázares / ¡No a los incorruptibles!

AutorGermán Martínez Cázares

"En todas las instituciones donde no penetra el aire de la crítica pública, una corrupción inocente crece como un hongo...".

Federico Nietzsche

La corrupción es ante todo una mentira, un engaño, una falsedad; por tanto, la "primera corrupción" es la corrupción de la palabra. Cuando se pudre la palabra, irremediablemente la sociedad tiende al pudridero.

Definir un concepto único de corrupción es prácticamente imposible, sus manifestaciones están en todos los ámbitos del quehacer social, es evidente que no distingue lugar geográfico y no atrapa sólo a la tarea pública. Culpar de toda la corrupción exclusivamente a los políticos es mediáticamente vendible pero absolutamente falso. Recién Volkswagen reconoció un fraude ambiental en sus coches, y los famosos "papeles de Panamá" pusieron al descubierto operaciones fraudulentas (o tentativas), lo mismo del cineasta Pedro Almodóvar que del futbolista Lionel Messi, y del entorno del presidente argentino Mauricio Macri, que del ruso Vladimir Putin. La corrupción es un gran igualador social. Es ese penoso rasero capaz de estandarizar a todos y someter a prueba, sin excepción, la integridad de cada persona, vasallo o rey, ciudadano o gobernante. Pero además, los actos corruptos también emparejan las motivaciones; no son sólo un trafique de monedas a cambio de servicios indebidos para acumular ilícitamente un patrimonio, pueden ser un abuso de poder, un simple deseo de venganza, o una descarga de odio.

Para legislar en materia de anticorrupción debemos tener presente esa realidad. El peor peligro para combatir la corrupción es darle la mano a quienes se autoerigen "incorruptibles". México no necesita comités de salud moral, donde nuevos "robespierres" se trepen a juzgar quién es íntegro y quién ladrón. México necesita rutinas de rendición de cuentas, hábitos de transparencia, como la Ley 3de3 que tiene buenas intenciones y mejores prácticas, pero debemos estar claros que lo primero que se corrompe es la palabra, y que las lecciones de decencia pública deben ser escasas, y en todo caso, siempre deberán conjugarse en primera persona y en singular, dicho de otro modo, los dedos flamígeros acusadores pueden encubrir hipocresías y las convocatorias a prender hogueras son demagogia pura.

No propongo que en México las cosas sigan como están. El pendiente es enorme, criminal, sólo comparable a la calma mexicana de una...

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