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Germán Dehesa / En el Día de los Ángeles

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Vincent
AutorGermán Dehesa

Desperté ayer domingo de muy buen talante y lo hice exactamente a la hora que yo quería. No fue un despertador el que se encargó de hacerme recordar; fue un intenso murmullo de alas de seres que yo supongo bondadosos y diminutos; de otra manera no podrían volar a sus mulas anchas en mi interior.

Eran una legión de ángeles que realizaron, en perfecto orden y con la presencia de mi Secretario de la Defensa, que se llama Enrique, y de mi Secretario de Marina (un chaparrito que perteneció a la tripulación del "Zapoteco") un ordenado desfile con sus correspondientes evoluciones con el que celebrábamos desde temprana hora el llamado Día de los Ángeles.

Y de una vez se lo advierto a Benedicto Bonito Bodoque que no pretenda lanzarnos una bula alta en donde anuncie, como ya lo hizo con el Purgatorio, que desapareció de un plumazo cuando era la tirada principal de los mexicanos agónicos, que no existen los ángeles que son como el sector obrero del trasmundo. ¡Contente, Benedicto!

Cansado estoy de comprobar la existencia angélica y no me gustaría nada que desde Roma desvirtuaran mi conocimiento. Tengo muchísimos ángeles y no sabría qué hacer con ellos.

Quizá el más grande de estos ángeles que se han dado de alta en mi agenda sea mi hermano Ángel, el de los verdes ojos, cuya innegable presencia se manifiesta en mi vida diaria de todas las maneras.

Está, nomás faltaba que no estuviera, Don Ángel Dehesa, mi pintoresco padre cuya sonrisa me sigue alumbrando aun en la mayor de las tinieblas.

Tengo muchos ángeles muy alertas e involucrados en mi travesía vital que va llegando a su último crepúsculo.

Diario me papalotean, pero hoy por ser día de su santo se pusieron muy locotes y desde temprano parecían un apretado escuadrón de pilotos suicidas pululando en mí como partículas en torno a un núcleo atómico. Desperté y me dije: celebremos con gusto señores, ¡hola, papá!, ¡hola, hermano!

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