Germán Dehesa/ Ya tengo dedal

AutorGermán Dehesa

Muchos buenos deseos tengo para diciembre. El mejor: que se acabe pronto. El diagnóstico femenino acerca de mi trauma navideño es que, dicen ellas, seguramente mis navidades infantiles fueron horribles. El señalamiento es correcto, pero merece ser ampliado: todas mis navidades, salvo una que pasé jugando tochito, han sido espantosas. Diciembre irrumpe en mi vida como un tropel de caballos en la Cámara. Así de terrible. Y diré otra cosa: si bien mis navidades infantiles fueron un curso intensivo de depresión; las de mis años maduros han sido peores y lo han sido porque, por una parte, antes comenzaban hacia el 15 de diciembre y ahora arrancan en cuanto pasa el día de muertos. Además, por muchísimos años, todo mundo daba por sabido que en el reparto del drama navideño yo sólo figuraba como un renuente personaje incidental; en cambio ahora me toca salir de señor de la casa, que es un papel incomodísimo, porque con la marca presionada que me impone la Hillary tengo que aguantar la celebración desde que llega el primer niño pringoso, hasta que se retira esa tía política tan querida que ya se puso como tapón a base de bebidas de agave y a la que hay que remolcar porque los tacones altos se le desgobiernan. Y que conste que sólo estoy hablando del día paroxístico. Si tan sólo se tratara de aguantar 24 horas, no habría por qué lamentarse tanto, pero el día 24 es, como diría Mark Twain, la leve pluma que termina por romper el espinazo del dromedario. Es decir, no llega uno en ceros, sino con 40 días previos de celebraciones, bacanales, brindis, preposadas y posadas propiamente dichas. Con estos antecedentes, mexicanos y mexicanas llegamos al día 24 con cara de hepato-boldina, que era un fármaco muy confiable que mi mamá tomaba cuando se ponía verde porque "se le juntaba la bilis". En nombre de Scrooge, benefactor de la humanidad, todo esto tendría que terminar.

Y sin embargo, aun los más recios adalides tenemos vacilaciones. Uno se descuida, y la Navidad te da un zarpazo de ternura. Como ayatolah soy un petardo. Me distraigo tantito y me ganan la risa o la suave y nostálgica emoción. Dibodobadito: bajo un momento la guardia y algo ocurre que me conmueve. Quizá por esto, por vivirlo a flor de lágrima, me molesta tanto diciembre. Las emociones se amotinan y me viene, por ejemplo, un enorme sobresalto al contemplar de...

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