En la gaveta de 'El Chorrillo'

AutorEduardo Monteverde

La ambulancia arribó al estacionamiento del Servicio Médico Forense, muelle de los muertos con violencia y los cadáveres desconocidos. Se abrieron las puertas y apareció “El Chorrillo” con los pies por delante, como salen quienes mueren en prisión, adagio carcelario.

Yacía en un charco de sangre.

— No es de él —me dijo el ambulante—. Es de todos los muertos del día de todas las delegaciones del DF. Hasta en su muerte andaba en la sangre de otros.

El Chorrillo ya era leyenda entre los muerteros. La ambulancia olía a ese tufo agridulce de salmuera añeja, de muertes acumuladas en un mismo lugar. Se lo llevaron a la plancha.

En la morgue y con sosiego, linterna en mano, el forense alumbró el cuerpo. En los depósitos de cadáveres siempre hay nubosidad en la luz neón, un vapor ajeno al de las veladas literarias donde se discuten novelas policiacas y también hay bruma, pero que no necesita de linternas para platicar sobre la armonía de lo truculento. Aquí en la morgue nadie piensa en la invitación de Thomas de Quincey a la excelsitud del crimen: “Ha llegado la hora del buen gusto y de las Bellas Artes”.

— No hay duda. Aquí está el surco oblicuo en el cuello, incompleto, hacia la derecha. Si lo hubieran matado la huella sería horizontal. Se colgó —explicaba el forense.

La esfera en la estética del horror gira en las tertulias y en la filosofía, no en las morgues, donde la palabra es la satrapía del epíteto de lo horroroso, no del horror, y lo gore se coagula de verdad. La nota roja abreva en el adjetivo.

— Lo descolgaron rápido —comentó el doctor— pero la lengua asoma. Sólo está un poco amoratado en los dedos de las manos y en los pies.

Era un cadáver esbelto de 1.70, corte punk en el cabello erizo, negro, campesino. Las manos en garra y en antebrazo derecho un gran tatuaje de Guns N’Roses. Una Calavera con flores y un revólver. Anhelos, mezcla de tinta y polvo del margen de la ciudad, en un lago que se desecó.

Seis meses atrás mató a su hermanita. Fue un Día de Reyes y se regaló una cadena de otros 14 homicidios, casi uno por cada año cumplido, fue en ese San Miguel Teotongo, colonia de inmigrantes, invasores lumpen y salitre apisonado con espejismos de campañas políticas.

Román Zaragoza Reyes,El Chorrillo, mantenía a su madre desde los 13 años con el botín de los atracos a tiendas y transeúntes, en el oscuro barrio de tolvaneras. Con la banda de Los Tiernos que fue jefaturando se agregó un añadido más al territorio. Cuando mató a su hermana, doña...

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