García Ponce, pornógrafo y pedagogo

AutorChristopher Domínguez Michael

Hay una imagen primera de Juan García Ponce que cincuenta libros han fijado para siempre. Esa escritura que es su única vida activa lo ha convertido en una de las leyendas más vivas de la literatura moderna de América Latina. Y estamos ante una saga tesoneramente labrada por su protagonista. Ante él, los críticos desfallecemos, pues a través de sus novelas, cuentos y ensayos, García Ponce lo ha dicho casi todo sobre sí mismo. Es el artista como héroe y el vidente de la mirada. Un pornógrafo al mismo tiempo que un pedagogo: nos enseñó a leer a Robert Musil, a Pierre Klossowski o a Georges Bataille para que tuviésemos las llaves de su propio reino milenario. ¿O fue al revés? En Juan, la lectura es hija de la literatura, y la prosa, madre disoluta del pensamiento.

Es difícil hablar de Juan García Ponce, hoy Premio Juan Rulfo 2001, sin rehabilitar de manera cansina los tópicos que unos y otros hemos configurado sobre su obra, hasta convertirla en una leyenda áurea, casi santa -entendiendo santidad como demonología- que él recrea incesantemente. Tan pronto escribo sobre él me desespero, pues esa imagen primera me hipnotiza. Y acabo por asumir que el lector de Juan establece con su obra un pacto de amor que incluye la rabia y la indulgencia.

Comprendo a quienes rechazan su literatura. Pero yo fui un adolescente que leyó las primeras ediciones de sus libros. Firmé con García Ponce ese pacto alevoso. El lo advierte en uno de sus cuentos memorables, "Tajimara", al sostener la mirada y decir "mirar es aceptar". Y sostengo que Crónica de la intervención (1982, recién reeditada por el FCE) quedará como una de las novelas esenciales del siglo veinte mexicano.

El pobre Fausto, empero, también se queja de las exacciones a las que lo somete Mefistófeles. Tan es así que Goethe escuchó sus preces y le concedió esa salvación inverosímil que sólo Thomas Mann (y Juan García Ponce) entienden. Quiero decir que nunca he callado ante las cláusulas perniciosas de un contrato que renuevo en su conjunto. Cuando Juan me pidió que prologase sus Cuentos completos (Seix Barral, 1997), dije claramente, en ese texto, lo que me gustaba y lo que no de su obra.

Cosa rarísima en un escritor, y acontecimiento insólito en la vida de un crítico literario, García Ponce aceptó no sólo las críticas -cualquiera lo hace en privado- sino alentó la publicación de un prólogo cuya única virtud es probar que estamos ante el único escritor mexicano que entiende, ensayista él mismo, la...

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