GACETA DEL ÁNGEL / Éstos sí son domingos

AutorGermán Dehesa

Agradezco a quien se deba agradecer la dádiva de este domingo que me ha resultado tan satisfactorio. Para comenzar, nadie me ha hablado para pedirme absurdos textos a deshoras. El autor y su inseparable Rosachiva agradecen esta fineza, o esta casualidad; en ambos casos, el agradecimiento es inamovible y el mismo.

Comenzó bien este día ligeramente friolento y luego templado. Mi hijo Canito, a quien nunca encomiaré lo suficiente, me invitó a ir al estadio de CU para ver jugar a los sorprendentes Pumas en contra del Cruz Azul, un equipo tan odiosito que sólo seres tan espurios y primarios como un tal Ernesto López pueden apoyar a este equipo imaginado y edificado (así les quedó) en torno al culto al cemento. Su Charro Negro estaba más que dispuesto a presentarse en el coloso del Pedregal (único verdadero coloso que la ciudad reconoce; los otros dizque "colosos" son propios de esa extraña y numerosa variante de mexicanos que confunde lo colosal con lo que es meramente grandote). Bueno, pues yo iba a ir al estadio de CU y, ya para salir, se me presentó un violento ataque a mi estado general que acabó conmigo postrado en mi camota de la que sólo he salido para redactar este boletín dominical. Como decía un hombre de campo que tropezó con Azorín en su "Viaje a la Alcarria": "Yo, señor, le dijo, ya estoy un poquito echado a perder". Pues eso me pasa, o así me sentí hoy domingo por la mañana. La recuperación vino por vía electrónica. Después de unos cuantos minutos de ver a los Pumas patearse entre ellos y hacerse unas magníficas pelotas, los jóvenes universitarios comenzaron a entenderse y a jugar buen futbol; tan bueno fue éste, que con eso bastó y sobró para sumir en la confusión y en la pérdida de la de por sí escasa compostura del equipo albañil...

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