La Gaceta del Charro/ Historia nacional de la infamia

AutorGermán Dehesa

Según lo planeado, yo tendría que haber asistido al congreso de Valladolid. La vida y la muerte me obligaron a la ausencia. Dios sabe por qué hace las cosas, solía decir mi madre. Espero que así sea y que Dios y mi madre realmente sepan (o supieron) por qué hacen lo que hacen. Cuando yo también lo sepa, podré afirmar que, por lo pronto, esta ausencia me salvó de uno de los más incómodos sentimientos que puede experimentar un hispanohablante: la pena ajena.

Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires en 1899 y murió y fue sepultado en Ginebra, Suiza en 1986. Es muy posible que Borges sea el más complejo y rico escritor en español del siglo 20. Sus ensayos, sus ficciones, sus reseñas, sus crónicas fantásticas y su misteriosa poesía representan un punto altísimo e irrepetible de la música verbal de nuestro idioma. Borges decía cosas sorprendentes y lo hacía con un lenguaje igualmente deslumbrante en su novedad y perfección. En algún soneto le rindió homenaje a Baruch Spinoza y habló de su oficio que consistía en pulir lentes y cristales hasta su extrema transparencia. No otra cosa hizo Borges con las palabras. Si leemos lo que Borges dijo en conferencias, todas ellas improvisadas puesto que era ciego, y en entrevistas descubriremos con admiración que la oralidad de Borges es tan precisa y tan pulida como su obra escrita.

En alguna conversación Borges se queja de poseer un nombre cacofónico: Jorge Luis Borges. El grupo que forman las letras o, ere, ge (org) le parecía particularmente desagradable. Preveo, decía el ciego genial, que, tras mi muerte, poco a poco me iré convirtiendo en José Luis Borges y así mi nombre quedará parcialmente aliviado de la fealdad. Con lo que no contaba la vasta imaginación de Borges era con la extravagante irrupción de Vicente Fox en el escenario...

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