La Gaceta del Charro / Praga la misteriosa II

AutorGermán Dehesa

Te aseguro que si caminamos primero para abajo y luego para allá, llegamos al río y al puente, dije yo con aire de experto viajero que alguna mañana saliera de Guaymas. La verdad es que no tenía ni pastelera idea de dónde andábamos, pero la Virgen Pinta me tuvo de su mano y me condujo con rectitud. El trayecto tuvo una ventaja adicional: conocimos los hermosos jardines de la Embajada de Polonia en Praga y, de puro chiripazo, llegamos a una iglesita barroca donde se venera al Santo Niño de Praga, que, ustedes han de perdonar devotísimas señoras, es horripilante: la cabezota parece diseñada por los que venden artesanías en la línea Tijuana-San Diego y el trajecito del niño es un santo triangulón de seda recamada. A la pobre e indefensa criatura le han enfurquetado además su coronita, su cetrito y sus botitas y parece como la absurda mitad del muñeco Larín. Muchas señoras mexicanas había ahí suplicándole al trianguniño que les hiciera el milagro de que su marido dejara ya el chupe y el turuntuntún y se pusiera a trabajar. Para amacizar la súplica, enfrente de la iglesia hay una tienda dedicada a vender Santoniños. Los hay fijos y portátiles, gigantescos y en miniatura. Todos horribles, pero hay mucha variedad (así va a pasar con la boleta presidencial de 2006).

Minutos y metros después, declaré: lo que no encuentro es el puente. ¡Estamos en el puente!, dijo la R.M. con una voz peladísima. En efecto, ahí estábamos. Mi instinto no falla nunca.

Ese mismo día por la tarde, se inauguraba el Festival Musical de Praga en el "Rudolfinum", una sala de conciertos que tiene una bella fachada (para acabar pronto: en Praga el festival musical es permanente, todo es música aquí y no es raro que Mozart haya tenido predilección por esta ciudad; además, se volteé para donde se volteé, hay edificaciones misteriosas y de bella fachada). Se trataba de escuchar el Concierto #1 para Piano de Brahms y la Séptima Sinfonía de Beethoven. El concierto se lo echó al plato un pianista con pinta de picador y ya entrado en años. La libró con cierta galanura y no desesperó demasiado a una orquesta joven y con un muy aceptable y brioso director. Cuando terminó, las flores más bellas del ejido checo le dieron un colorido ramillete y ya con esto, el gordito se fue muy contento a meter los pies, ya no en el piano, sino en agua con sal. Intermedio.

Muy decidida, la orquesta...

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