La Gaceta del Charro / Las jaguaras atacan

AutorGermán Dehesa

Por estar tan entretenido con el candente entremés de los Neochinos, el Gobernador y el maestro de obras, he dejado en el tintero asuntos de mucha entidad para la buena marcha del País. No he hablado, por ejemplo, del triunfal retorno del Bucles y su amorosa madre de la puentera gira que emprendieron por Orlando, Florida. Ahora lo hago.

Como podrán comprender, su Charro Afroamericano recibió a los viajeros con cuetes, flores, cánticos, voladores de Papantla (de los inalámbricos que son los más arriesgados), teiboleras y chamacones chipendeil para la augusta matrona. Mentiría si les dijera que todo este alborozo fue gratuito. A mí me gusta muchísimo que los seres predilectos de mi corazón me traigan oro, incienso y mirra de los viajes que emprenden; así es que toda esta fastuosa recepción era, o por lo menos así lo pensé yo, un digno prólogo a la entrega de tesoros inauditos.

Las cosas ya no son como antes. El sobrio Bucles invirtió una contundente cantidad en comprarme una camiseta de algodón estilo reclusorio con la leyenda impresa de que yo soy el mejor papá del mundo. No sé si lo sea, pero me consta que soy uno de los pocos que no tan sólo aguantan vara, sino que hasta sonríen cuando sus hijos les obsequian un harapo cuyo costo no excede al de una franela. Por lo que respecta a la madre, ella también se produjo con largueza oriental. Me trajo una jaguara de peluche que cabe cómodamente en la palma de mi mano. Tiene esta pelufelina la grata novedad de que si le apachurras el lomo, emite unos rugidos que rajan los vidrios y cuartean las paredes. Como la tengo en mi cama, pocas cosas me resultan más sedantes que posar mis escasas nalgas en la minijaguara y que ésta se largue a rugir y yo a experimentar la extraña sensación de que el sistema nervioso se me desfleca irremisiblemente.

Imagino que la Jaguara, que es muy "sensible", alcanzó a percibir el magro entusiasmo que me provocaron los presentes arriba descritos, porque días después, se materializó ante mi acatamiento y me extendió una bolsa de regular tamaño. ¿Qué creen que contenía? Acertaron: ahora se trataba de otra jaguara de peluche, que bien podría ser la madre de la anterior, aunque ésta es totalmente afónica. Ya la apachurré de todas las maneras posibles (y que conste que...

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