GACETA DEL CHARRO / Me cuentan

AutorGermán Dehesa

Mis informantes, muy similares a los de Fray Bernardino de Sahagún, me cuentan que ese tamaño animalón que es el país que compartimos con Manlio Fabio Beltrones y con el Chapo (¿a poco no sentiste horrible?), comienza a dar señales de vida y avisos de una cierta coherencia después de la prolongada orgía alcohólico-sentimental que acaba de terminar.

Es un enorme gusto volver a mirar con odio a ese tío que durante la Navidad tuvimos que abrazar. Es una maravilla llegar a la casa y que lo que haya para comer sea sopita de fideos y milanesas y no esa "sopa nochebuena" que prepara la tía Pita y que es un brebaje infecto en el que la decentísima tía avienta hasta la ropa interior y ¡los romeritos de doña Angustias que es una vecina que ya es casi de la familia y ¡el bacalao! que tanto le celebramos al tío Marcial que enviudó hace 10 años y que, desde entonces, compra el bacalao en una tortería donde lo preparan infinitamente mejor que ese tiburón entomatado que hacía la finadita.

Ya todo eso quedó atrás. Será hasta diciembre que vuelva a circular a ver si ya para entonces tiene suerte y encuentra a la incauta que lo sirve como postre y, en efecto, deja postrada a toda su familia. Otra gran noticia: ¡ya no habrá villancicos con Los Pedroches!, casi un año de descanso de esos mocosos voz de pito que "cantan" puras bufonadas y trampantojos. Ya no los oiremos más y volveré a que "el hastío es pavorreal que se aburre de luz en la tarde" y a "legó borracho el borracho", versos que marcan los necesarios límites de nuestra sensibilidad lírica.

Se acabó también el descanso que un mexicano de ninguna manera sabe disfrutar.

El descanso que los aztecas gozamos es ése que mediante todo tipo de maromas, nos agenciamos en un miércoles laboral.

Ése sí es descanso porque nos permite ver a todos los mensos que están trabajando mientras nosotros, tiradotes en la cama, los miramos al tiempo que chupeteamos una merecida cubita. Cómo recuerdo la imagen de mi padre con un paliacate rojo atado en la cabeza, porque, según él, era lo mejor para la jaqueca.

Ahí se estaba toda la tarde en la cama, mientras fregaba de un hilo a mi...

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