La Gaceta del Charro / Carta al rulos (1)

AutorGermán Dehesa

Querido Ruliux: de acuerdo con tus consejos he decidido movilizarme por París en el Metro y a pata, para así convertirme en un verdadero "flaneur" (paseante profesional). Salvo por el hecho de que ya no siento las piernas (y cuando las siento es como si me las arrancaran a jalones); salvo por eso, el operativo ha sido todo un éxito. La Rubia Misteriosa que viene aferrada a un librito llamado Guía Verde, me ha seguido cual María Félix a Pedro Armendáriz.

No sin temores, abordamos el Metro que en unos cuantos segundos se encarrera como loco para, segundos después, frenar a lo salvaje con el consecuente deterioro de mi estabilidad física y emocional. Uno de los frenones me sorprendió en el momento de sentarme y acabé en el robusto regazo de una señora morsa que puso cara de no querer aceptar ese regalo que le enviaba el cielo. Nos bajamos en la estación "Chatelet" y ahí comenzó la peregrinación de los aztecas. Pasamos por la Conserjería que, en siglos pasados, fue una especie de Almoloya donde tuvieron entambados a personajes como Luis XVI, Carlota Corday y a una bola de insurrectos a quienes, para su mayor comodidad, guillotinaban ahí mismo en un confortable saloncito que tenían para tal efecto. Toda esta información llegaba a mis oídos a través de la Rubia Misteriosa quien con voz de la Miss de historia leía implacablemente la Guía Verde. Luego enfilamos rumbo a la Saint Chapelle que -cito a la Miss- fue edificada por San Luis para ahí conservar la auténtica y original corona de espinas que había sido vendida por un rey bastante badulaque y recuperada por San Luis mediante un sistema de pagos diferidos. El ya nombrado San Luis encargó la hechura de los vitrales a Pipino de Montchanic, mientras que las esculturas en piedra que representan a los apóstoles en el momento de practicar diversos deportes, fueron obra de Gualberto de Polly-Fussé. El rosetón flamígero fue ejecutado ...¡yaaa, por favor!, decía yo, pero mi mentora es implacable y no tiene botón de pausa; se enriela leyendo y no hay manera de detenerla. No es una experiencia agradable la de estar contemplando una escultura y sentir una voz en la nuca que dice: este martirio de San Seacabó fue realizado a puros rasguños por Eufrasio de Cliquot quien murió sangrando por los muñones al terminar la obra... ¡Que te esteeés!, y ella como si nacho, en permanente trance hipnótico con su librito.

La caminata prosiguió...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR