La Gaceta del Charro / Un son que canta en el río III

AutorGermán Dehesa

El río, dice Baricco, es el modo más dulce que tiene el mar de venir por nosotros. Nadie mejor que el río sabe el camino que nos llevará al océano sin violencias, ni asperezas. Cada ser humano debería tener su río que, sin herir ni ser heridos, nos reintegrara tiernamente al regazo del mar, nuestra madre común. Yo ya tengo mi río y se llama Papaloapan. Hoy miércoles, día de La Candelaria, mi río amaneció impaciente y con su lomo gris jaspeado que ya no azul. Sopla el viento del norte y los tlacotalpeños andan notoriamente disminuidos ante la horripilante posibilidad de que se suspenda la fluvial procesión. Me uno a las rogativas de los naturales de la región. La Virgen marinera, que hace mucho llegó de Barcelona por vía marítima con todo y niño, merece seguir navegando por su río y por su música.

Aquí he de hacer un paréntesis para puntualizar que el título de esta serie tlacotalpeña "Un son que canta en el río" es originalmente el nombre de un hermoso y olvidado libro de Roberto Blanco Moheno. Blanco Moheno era de la estirpe colérica de Díaz Mirón y vivió y murió permanentemente lastimado por los crímenes y excesos de aquellos Gobiernos supuestamente "emanados de la Revolución", misma que tan puntualmente se dedicaron a traicionar y a emplear como coartada para sus crímenes y demasías. No quiero ni pensar lo que Blanco Moheno escribiría si hubiera conocido un turbio papanatas como el Niño Verde y sus cómplices en la política entendida como productiva leonera familiar.

Hoy es la mera fiesta aquí en Tlacotalpan. Los salones de Vitico's Palace se abrirán hoy para recibir a los muchos invitados que aquí llegarán para disfrutar de una comilona de ésas que hasta morado se pone uno. Compruebo una vez más la infinita inutilidad de la etnia masculina en estas horas febriles previas a la realización de una fiesta. No tan sólo somos inútiles, sino que además estorbamos de modo notorio. Estoy rodeado de un disciplinado escuadrón de mujeres que revolotean manteles, trasiegan vajillas y cristalería, barajan cuchillería, acomodan mesas, depositan búcaros de flores y vegetación; entran y salen de la cocina vigilando cocciones, imponiendo frituras, derramando condimentos. Todas pasan por aquí, me miran, alzan los ojos al cielo, guardan un difícil silencio, me...

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