La Gaceta del Charro / Berlín es una grúa (2)

AutorGermán Dehesa

¡Qué dura es la cultura!, digo esto y de inmediato pienso en el Gordo Achar, mi amigo de la vida. Cierta noche, asistimos juntos a una "sala de arte" para ver una película de Bergman particularmente hermética. Yo, no lo he de negar, salí con cierta fatiga mental; pero el Gordo salió aniquilado. Hagan de cuenta que lo hubieran tenido dos horas en baño María; sudaba, resoplaba, perdía el color; finalmente declaró: esto de ser culto es una friega. Gran verdad. Miro mis pies en calidad de bistecitos de carne molida y pienso en la infinita verdad de lo que dijo el Gordis. Ya paseé por las ciudades, ya me perdí, ya me bolsearon, ya me encontré, ya visité todos los museos importantes y hasta algunos que ni tan importantes eran. Ya he estado en Berlín y, para tranquilidad de mi familia xalapeña, he visitado no una sino dos veces a la reina Nefertiti y, hasta nuevo aviso, me doy por dispensado de ver óleos magníficos, de admirar esculturas notables y de abrumarme con majestuosos edificios. ¡Ya!.

Todo esto lo escribo hoy martes en París, pero lo pensé y lo sentí el sábado pasado mientras caía la noche berlinesa y yo era arrastrado a un típico restorán donde se servían los más exquisitos y representativos platillos de la cocina austriaca. Todo esto ocurriría en una placita maravillosa que jamás apareció. Lo terrible del caso es que el restorán sí apareció y así, mientras yo me alimentaba cual pequeño cantante von Trapo y extrañaba dos módicas docenitas de chalupas poblanas, me dio por pensar que ya de cultura estaba hasta la madre y que me urgía descansar.

No hay nada más relajante, descansado e indispensable que visitar Postdam, me dijo la méndiga RM; además hay que hacerlo como lo hace la gente: en Metro y en camión; mi guía dice que es imprescindible conocer Postdam y en particular, el Parque Sanssouci. Y ahí va su buey.

El Metro en Berlín es efectivísimo, sobre todo cuando se toma en la dirección correcta. No fue nuestro caso, pero hubo una inmediata rectificación, regresamos al punto de salida y todo fue miel sobre hojuelas. Al turista intrépido hay que avisarle que Postdam queda, para ser exactos, en casa de la fregada. El veloz Metro viajó de modo subterráneo, luego salió a la superficie y pasamos por decenas de estaciones (¡hay una estación Mexikoplatz!) y ninguna está dedicada a la esposa de Montiel. En menos de 50 minutos llegamos a Postdam.

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