Gabriel Zaid / El principio de autoridad

AutorGabriel Zaid

La transición democrática española no fue tan tersa como a veces se cree. La nueva libertad, el "destape", la fragmentación del poder, las pugnas y la falta de acuerdos inquietaban a muchos. Todo parecía un desorden peligroso, sin sentido y sin rumbo. Algún nostálgico inventó un chiste:

-¿Sabes ahora cómo llaman a Franco?

-A gritos.

No ha circulado un chiste análogo sobre el PRI, pero ciertas inquietudes sobre la transición mexicana añoran aquel orden regido por el principio de autoridad.

El principio de autoridad dice que nadie tiene derecho al desacato. Desobedecer, cuestionar, replicar, ignorar, rezongar, burlarse o injuriar a las autoridades es intolerable y debe ser reprimido. Tolerar el desacato es una autodestrucción de la autoridad que deja a la sociedad expuesta al caos.

La ventaja de este principio es la claridad. En el porfiriato y en el PRI hubo errores mayúsculos, arbitrariedades, abusos, corrupción, injusticia y miseria, pero también claridad: no había nada que hacer. La sociedad estaba sujeta a un mandamás, y no cuestionaba el poder impune. Aceptaba con resignación que el que manda, manda y se acabó. Y estaba consciente, cuando se impacientaba, de que oponerse era perder el tiempo, si no la libertad y hasta la vida.

La claridad que impone el principio de autoridad la pierden las autoridades. Operan sin feed back, pierden el sentido de la realidad y acaban cometiendo errores, omisiones, abusos y crímenes que destruyen la confianza social. Imponerse sin encontrar resistencia crea sentimientos ilusorios de tener razón. Produce finalmente lo que quiere evitar: la autodestrucción de la autoridad.

Los nostálgicos olvidan el caos que produjo un mandamás como Luis Echeverría. Se inquietan cuando la democracia depende de numerosos mandamenos que no se ponen de acuerdo; cuando la incipiente transparencia exhibe los abusos de las autoridades; cuando la sociedad se exaspera de ver que los abusos y la ineptitud quedan impunes, porque diversos mandamenos se protegen entre sí, porque las instituciones no son capaces todavía de funcionar sin que les dicten línea, porque los ciudadanos no logran que la ley sea el nuevo mandamás. Paralelamente, afloran sentimientos antiautoritarios que inhiben la aplicación de la ley. Legitiman el desacato y hasta los microgolpes de Estado que se apoderan de las calles, por ejemplo.

Los sentimientos antiautoritarios son una novedad de los tiempos modernos. Nacen con la emancipación de las personas que asumen...

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