Gabriel Zaid / Malos motivos favorables

AutorGabriel Zaid

No sólo hay cosas buenas que parecen malas. También hay cosas buenas que resultan de malos motivos. Por una convergencia de malos motivos, el congreso aprobó una reforma electoral que parece mala y, sin embargo, es un avance democrático.

El poder legislativo ha dado espectáculos deprimentes. Parece incapaz de ponerse de acuerdo en muchas cosas de interés público y sentido común. Aprovecha su soberanía para servirse con la cuchara grande y atender mezquinos intereses partidarios o personales. Pero ha legislado más de lo que parece, y los chantajes recíprocos no han llegado al extremo de paralizar al gobierno por falta de aprobación del presupuesto (como estuvo a punto de suceder, no hace tantos años, en los Estados Unidos). Más aún, los tres mayores partidos han aprobado avances para la democracia como iniciar la transparencia del poder y reducir el peso político de las televisoras.

El sexenio pasado se aprobó la ley de transparencia. Fue de hecho una reforma del Estado; y, ahora que los gobiernos de los tres partidos sabotean su aplicación, pudiera suponerse que no se dieron cuenta de lo que aprobaron. Pero la reforma electoral no pasó de noche. Fue aprobada a sabiendas, contra viento y marea.

Los mismos tres partidos que cerraron la boca ignominiosamente y aprobaron al vapor la llamada Ley Televisa se enfrentaron a las televisoras y las redujeron a lo que son: un poder concesionado por el poder político, un tigre de papel. Mientras el régimen fue monolítico, el tigre ronroneaba mansamente a los pies de la presidencia. Cuando el poder concentrado en Los Pinos se fragmentó, el tigre empezó a rugir e intimidar. Frente a cada fragmento (en pugna con los otros), la televisión concentraba un poder mayor. La subordinación quedó invertida. Las cámaras legislativas ronroneaban mansamente frente al poder monolítico de las cámaras televisivas, como si el poder político fuese una concesión del poder mediático.

Esta confusión tuvo mucho de irrealidad, pero los daños para la democracia fueron reales. Era un espejismo que las televisoras se sintieran king makers (y así fueran vistas por la clase política) por el mero hecho de ser star makers. La diferencia está en que los cantantes, actores y locutores no pagan millones por estar en las pantallas: cobran. Tienen una posición subordinada a las televisoras, porque el que paga manda. Pero los políticos no cobran por salir en televisión: pagan. Se subordinaron porque quisieron, aunque pagaban ellos, y no...

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