Gabriel Jiménez Remus/ Vestir de Navidad el alma

AutorGabriel Jiménez Remus

El Evangelio del domingo más próximo a la celebración de la Navidad presenta la gloria que acompaña el nacimiento de Dios hecho carne, según san Hilario. El evangelista San Mateo narra el modo sorprendente y maravilloso del nacimiento del niño Dios. Es obra del Espíritu Santo y no de los hombres. La Navidad es el cumplimiento de la profecía del Emmanuel, Dios con nosotros. La encarnación vaticinada por los profetas cumple con la promesa hecha a nuestros padres. San Juan de la Cruz afirma que la virtud del Altísimo le haría sombra a la Virgen, porque había de llegar tan cerca de ella el Espíritu Santo que vendría sobre ella y el poeta español Dámaso Alonso la define como la "matriz eterna donde el amor palpita".

El tiempo litúrgico de la Iglesia celebra como Navidad el misterio de la encarnación de Dios en un hombre, Jesús de Nazaret. Según los Evangelios, el Mesías esperado durante siglos por el pueblo de Israel nació en Belén, de una mujer, llamada María, esposa de José, descendiente de David. Estos datos tan simples y conmovedores comportan un trasfondo teológico y filosófico de incalculables consecuencias históricas y escatológicas. Dios creador del Cielo y de la Tierra, entra en la historia, se hace uno de nosotros para abrirnos el acceso a la experiencia del amor divino en nuestra vida. Yo creo sinceramente que la Navidad debe ser contemplada este año del 2,001 con un nuevo brillo a la luz de la declaración Dominus Jesús, redactada y publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, autorizada por Juan Pablo II y hecha del conocimiento apenas el año pasado. O sea, vivir con intensidad renovada, el gozo de la Verdad hecha carne que el tiempo de la Navidad de este primer año del tercer Milenio nos ofrece con especial esplendor.

El tiempo de una vejez que comienza a llamar a mi puerta, pero siempre acompañada por los rostros hermosos de mi esposa y de mis hijas ya lo empiezo a comprender como quizá el tiempo más precioso de mi vida y, entre otras cosas, claro está, por ser el más próximo a la eternidad. Evidentemente no paso por alto el hecho de que cuando un hombre y una mujer envejecen, amándose en los hijos de su amor, la creación explota de alegría y alabanza al Señor. Con ese espíritu me atrevo a manifestar en estas fechas que quien tiene una familia puede asegurar que tiene un enorme tesoro. Agregaría, desde luego, a los hermanos, a los abuelos, a los tíos y sobrinos y a los amigos. Estoy hablando de una...

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