Gabriel Guerra Castellanos / A 60 años de Hitler...

AutorGabriel Guerra Castellanos

En 1945, las tropas soviéticas liberaron, descubrieron, se toparon con uno de los grandes horrores de la humanidad. En su inexorable camino hacia Berlín dieron con uno de los campos de la muerte más sofisticados, mejor organizados de la era hitleriana. Auschwitz es desde entonces símbolo y recuerdo de lo que nunca debió pasar, aunque haya hoy aún quien pretende negarlo, minimizarlo, trivializarlo.

Han pasado seis décadas desde que el mundo civilizado puso un alto a la barbarie nazi. Sesenta millones de muertos costó la loca aventura de un Adolfo Hitler que se montó hábilmente sobre los traumas alemanes de la derrota de la Primera Guerra Mundial y los temores de sus clases dominantes a la izquierda y al comunismo.

Hoy se conmemora casi cada día un nuevo sexagésimo aniversario de alguno de los puntos de inflexión del nazismo: ya la liberación de Auschwitz; ya el cruce de las fronteras originales por parte de las tropas aliadas; o la conferencia de Yalta en que Roosevelt, Churchill y Stalin acordaron la división de Alemania; o el cobarde suicidio de Hitler; al igual que una por una de las derrotas finales del otrora invencible ejército alemán.

Y en medio de esos recuerdos, en medio del recuento de los daños y de la recuperación gradual de la humanidad destrozada por las botas del fascismo, surgen eternas dos preguntas: ¿Se pudo haber evitado? ¿Se podría repetir?

Quisiéramos que la respuesta automática, altisonante, fuera un reconfortante NO. Entonces aspiraríamos a una cierta tranquilidad, un mínimo de certidumbre moral en un mundo azotado por la violencia, el faccionalismo y la confrontación.

Lamentablemente la contestación no es tan contundente ni tan clara. Y es que existieron numerosas oportunidades para detener a Hitler, antes de su llegada al poder y durante su primera fase de su ejercicio. Si eso no sucedió fue no solo por la fragilidad inherente de la república de Weimar, nacida de la derrota de 1918 y del ignominioso Tratado de Versalles, sino también por la miopía y la avaricia de las oligarquías alemanas.

Corría 1932 cuando el partido nacional socialista obrero alemán obtuvo su hasta entonces más resonante triunfo electoral. En las elecciones parlamentarias del verano alcanzó un impresionante 37.4 por ciento de los votos. Pero algo sucedió, un momento de lucidez asaltó a los electores, que en noviembre de ese mismo año acudieron de nuevo a las urnas y le dieron a los nazis solamente el 33.1 por ciento, dos millones de votos menos...

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