Frontera Invisible / Transparencia en el cabildeo

AutorSergio Muñoz Bata

El apresuramiento con el que unos 200 congresistas estadounidenses, en su mayoría republicanos, y el propio Presidente George W. Bush han devuelto o donado a caridades las contribuciones de Abramoff, o de sus clientes, a sus campañas políticas delata la profundidad del problema.

Aunque todavía es demasiado temprano para predecir las consecuencias que el escándalo Abramoff podría tener en las elecciones legislativas de noviembre, ya algunas encuestas indican que el Partido Demócrata podría resultar favorecido en la próxima elección de la Cámara Baja.

Lo verdaderamente positivo, sin embargo, sería que la investigación del caso en el Congreso obligara a una reforma profunda de las leyes que regulan el cabildeo para evitar, en la medida de lo posible, casos egregios de corrupción como el que ahora se ventila.

La tarea del cabildero es intentar persuadir a las autoridades a que hagan lo que un individuo o una organización quiere que hagan, de preferencia, ofreciéndoles la información necesaria para normar su criterio. En este sentido, su actividad no es diferente a un editorial de un periódico, una estrategia de defensa de los derechos de la mujer o una marcha de millares de campesinos por las calles de la ciudad para dramatizar su causa.

Todas estas actividades no sólo son legítimas, sino que se fundan en el derecho que tienen los seres humanos a la libertad de expresión, y consolidan la democracia en tanto que contribuyen a la discusión pública de los asuntos públicos antes de que una decisión de las autoridades las conviertan en ley.

El hecho de que en Estados Unidos, el cabildeo casi siempre vaya ligado a contribuciones para campañas políticas de los legisladores, o a invitaciones al teatro, a eventos deportivos, a comidas en restaurantes de lujo, a viajes con todos los gastos pagados, han suscitado fundadas sospechas de posible corrupción.

La práctica de la gestoría como acto de corrupción ni es nueva, ni es exclusivamente estadounidense. En la Corte Española al soborno se le conocía como "el unto mejicano". Siglos después, al sugerir que no había quien resistiera un cañonazo de 50 mil pesos, el General mexicano Álvaro Obregón asumió que la corrupción era condición irremediable de quienes carecían del llamado "derecho de picaporte" que abría puertas y ventanas de los despachos de los poderosos.

Combatir los casos...

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