Francisco Javier González / Himno a la intolerancia

AutorFrancisco Javier González

Mi padre me enseñó a que en este mundo hay que tolerar las opiniones contrarias.

Que la unanimidad es imposible salvo en casos extraordinarios y que el choque de ideas opuestas ayuda a encontrar la luz.

Él mismo me hizo futbolero. A fuerza de hacerme acompañarlo al Azteca a ver a su querido y extinto Necaxa -el de hoy no tiene ningún parecido con aquel- me obligó a voltear a ver un deporte que hasta antes de los 11 años no me importaba en lo absoluto.

Uno de los primeros atractivos que le encontré al futbol estaba fuera de la cancha: su capacidad para convocar y colocar en asientos contiguos a personas totalmente opuestas en preferencias, clase social y filiación. Me parecía un ejemplo maravilloso.

No faltó alguna vez un inadaptado que se nos quedara viendo feo porque le iba al rival, o un baño de aquellos desde las alturas cuando el adversario era el que aceptaba el gol.

La tribuna me enseñó a ser tolerante y a que otros lo fueran conmigo. Cada quien gritaba y lloraba lo que quería. Mas allá del juego, encontré un valor en las gradas que algunos califican de incultas e incomprensibles. El futbol también es cultura, pensé emocionado desde esas épocas. Resultaba ser un gran desmentido para quienes denigran la capacidad intelectual de cualquiera que esté enamorado de un balón.

Ayer en Ciudad Universitaria fui testigo presencial de los "criterios" modernos para combatir la violencia: portar una playera del Guadalajara implicaba exilio automático a una puerta distinta. No importaba que se tratara de una familia en la que alguno de...

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