Un fragmento sobre Salvador Elizondo

AutorChristopher Domínguez Michael

...el universo literario de Salvador Elizondo, que él mismo delimita entre Quevedo y Gracián, Blake y Joyce parece estrecho, escueto, árido, presidido por una voz monomaniaca. Son pocos, es cierto, los autores que Elizondo ha agregado, con los años, a su canon: Conrad, Pound, Jünger y, desde siempre, Dostoievski. Elizondo es, en esencia, un heredero de Mallarmé y Valéry. Y todos aquellos que comparten ese linaje se presentan como heraldos de la infertilidad, creyentes metafísicos en el Libro imposible, escépticos metodológicos que esperan la muerte del autor sentados junto a la tumba abierta de la literatura.

Elizondo, aunque fundó en los años 60 una efímera revista llamada s.nob, y snob es contracción de sans noblesse, pertenece a una nobleza de sangre, aquella que se arroga la prerrogativa de desdeñar a la muchedumbre de la novela burguesa y a sus horarios, convencida de que "ir en busca del tiempo perdido, es perder el tiempo" y un largo etcétera propio de las manías aristocráticas. Pero si en la literatura hay nobleza de sangre, es imposible encontrar a esa misma sangre limpia del virus novelesco. Acaso "el mal de Teste" que Elizondo se autodiagnostica sólo sea la sabia regulación terapéutica que el escritor ejerce sobre la novelería romántica que lo afiebra sin derrotarla.

La fidelidad al Quijote Mallarmé y a Valéry, su Sancho Panza, implica denunciar esas novelas de caballería protagonizadas por el decadentismo y sus operáticas misas negras y actuadas por estetas que se asumen como ídolos de perversidad. El puritanismo, el delirio geométrico, la pureza y la prosa técnica de Mallarmé y Valéry son una reacción familiar contra la otra lectura, bizantina y romántica, de Poe y Baudelaire. La parte maldita de Elizondo, ese punto ciego sin fijación en el tiempo donde confluyen los suplicios chinos, Sade y Bataille, característico de Farabeuf y El hipogeo secreto, va mutando hacia las formas luminosas, refractarias y sutiles propias de Camera lucida y Elsinore.

Abandonando lo que tenía de caballero de la decadencia, orlado de erotomanías, Elizondo toma conciencia de que casi todo aquello que pasa por satánico pasa de moda, y que la transgresión, previsiblemente, acabaría por convertirse, a principios del nuevo siglo, en la norma académica del arte contemporáneo.

Fue en la noción de proyecto donde Elizondo encontró la manera de continuar escribiendo una obra que no lo pareciese. Lo hizo siguiendo a Cyril Connolly en la sentencia pontificia que...

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