Fin de una leyenda

AutorRafael Aviña

En una época en la que los héroes de la pantalla valían por su impacto erótico, su presencia atlética y/o romántica, o su aspecto recio y enigmático, Charlton Heston (Illinois, 1924-Los Ángeles, 2008), supo combinar esas cualidades para trastocarse en uno de los grandes mitos del Hollywood de los años 50, 60 y 70. Una figura icónica, ya sea representando a grandes personajes históricos o dando vida a fascinantes héroes de ficción orillados a sumergirse en terrenos límite de la imaginación, la fantasía y la violencia, que se convertiría incluso en premisa de vida para ese actor de gran fortaleza física y una estatura de 1.91 metros, ferviente seguidor del Partido Republicano, que se convertiría hacia el final de su carrera en el presidente de la Asociación Americana del Rifle, ridiculizado por Michael Moore en Masacre en Columbine.

La primera vez que me enfrenté a Heston fue en el desaparecido Cine Florida, que tenía el aforo más grande del País -6 mil butacas-. A mediados de los 60, se exhibían ahí filmes de segunda corrida como Marabunta (1954), en la que Heston -cuyo verdadero nombre era John Charles Carter- encarnaba al agresivo y solitario dueño de una plantación tropical en plena selva sudamericana, que no sólo tenía que lidiar con la voluptuosa pelirroja encarnada por Eleanor Parker, sino con un terrible ejército de hormigas gigantescas que arrasaban todo a su paso.

Ésta, una de las primeras cintas del binomio hombre vs. naturaleza y dirigida por el artesano Byron Haskin, me impactó como lo hizo un actor que no dejaría de estar presente en varias de las mejores y entretenidas cintas que proyectaban las pantallas de aquel entonces.

Obligada tradición hoy fenecida era asistir en Semana Santa a templos alternativos, como el Cosmos, Alarcón o Máximo, para comulgar con todas esas películas de corte piadoso/religioso/bíblico/epopéyico que fundían paganismo y cristianismo de una manera exótica y excitante.

Ahí, Charlton Heston dejaba de ser el apuesto hijo ilegítimo del faraón deseado por atractivas egipcias -entre ellas Nefertiti (Anne Baxter), la futura esposa de Ramsés (Yul Brynner inigualable)- para convertirse en un Moisés de enorme cabellera y barba encanecida, capaz no sólo de recibir las Tablas de la Ley y hablar con el mismísimo Dios transfigurado en un zarzal en llamas, sino de abrir las aguas del Mar Rojo y desatar las plagas de Egipto en esa espectacular épica de Los diez mandamientos (1956), del infalible Cecil B. DeMille.

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