Fernando Vallejo: Rabia, confesión y escritura

AutorJaime Reyes Rodríguez

"Los muertos no nos arrepentimos de nada", dijo Fernando Vallejo hace menos de dos años, tras declarar que no haría más literatura. Se ha retractado, posiblemente todo fue otra de esas provocaciones suyas.

Pero hay algo en lo que ha acertado y de lo que parece no arrepentirse, cuando le preguntaron si tenía miedo de repetirse en lo que escribe, atinó a decir: "La literatura es repetición, y también la música. De Vivaldi dijeron que todas sus obras eran iguales, y Mozart resulta inconfundible. No me estoy comparando, simplemente pienso que uno gira y gira en torno a los mismos temas, a los mismos recuerdos".

Mi hermano el alcalde (Alfaguara, 2004) es, no en poco, una repetición de sus otros libros, como prefiere llamarlos en lugar de novelas, pero una repetición igual de virtuosa y fresca en cuanto al lenguaje y la contundencia en la expresión. Esto seguramente es su literatura: una contundente repetición que no se agota, se alimenta y renace. Una literatura fénix, que renace de las cenizas de la obra precedente.

Otra vez Vallejo habla de uno de sus hermanos -recordemos que inició con Darío en El desbarrancadero-, y ahora se trata de Carlos, alcalde de Támesis entre 1998 y 2000.

Bajo la premisa, tomada de palabras de Vallejo, de que Colombia no es mejorable, sino empeorable, pues esa es su esencia, el libro transcurre en Támesis, donde aún queda la finca de su familia: un pueblo que tiene todavía fe y esperanza, pero ¿Támesis es mejorable?

No. Támesis es una Colombia chiquita, y Colombia un Támesis grande.

Y Carlos, el hermano alcalde, ¿un Pastrana chiquito, un Uribe grande, un Laureano diminuto?

La respuesta de nuevo es no. Mi hermano el alcalde trata de un loco que cree en la vida y en el ser humano, contada por otro que no. Un libro en el que todos quieren ser felices a toda costa, pero no lo logran: "Y es que la felicidad de los unos choca con la felicidad de los otros". El resultado es un matadero, una burla feroz de la democracia, sus mentiras y traiciones inherentes, muertos que votan y bandadas de loros que dicen verdades eternas, como se ha dicho ya de este libro, con la concisión de Cioran.

Pero el libro trata también de otra cosa, del autor. Y el autor es lenguaje. Palabra viva, demasiado viva. Las frases de Vallejo, o sentencias, construyen un diccionario personalísimo que no conoce la pena ni teme a la contradicción, en ella encuentra el poder creativo.

Por ejemplo: "Hoy los liberales votan por los conservadores y mañana los...

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