Fernando de Ita/ Teatro propiciatorio

AutorFernando de Ita

En una lejana visita al departamento de teatro de la Universidad de Nueva York, Peter Brook le habló a los estudiantes del "momento sufí" en el que se hallaba suspendido, deslumbrado por las narraciones milenarias de la literatura oriental. Eran los meses previos a su narración escénica del Mahabharata, la odisea religiosa del mundo hindú, que duró nueve horas en la versión que presentó por primera vez en una mina de cantera de la ciudad de Avignon.

En 1984, cuando Brook dio esta charla en el feudo de Richard Schechner, Rodolfo Obregón era estudiante del Centro Universitario de Teatro, y hacía su debut como actor en una obra dirigida por su maestra, Rosa María Bianchi. Cuatro años después, este mismo individuo se presentó como director de escena con un relato árabe de Taufiq Al-Hakim, Un sultán en venta, en Querétaro.

Lo fascinante de la literatura oriental, dijo Brook en Nueva York, es que nos invita a sentarnos a su alrededor para escuchar sus relatos, para compartirlos, para renovarlos. Me dirán, reflexionó el director inglés de origen ruso, que tal es el principio de toda narrativa, pero hay algo en la Biblia, por ejemplo, que nos hace estar de pie, con la cabeza baja, escuchando la voz de Jehová como un trueno fulminante, mientras que el Mahabharata podemos escucharlo cómodamente aposentados en nuestra nalgas, porque la épica oriental tiene algo que no tiene la nuestra, el deleite de los sentidos (1).

Mil noches y una noche, o los sueños de Sherezada, en la versión teatral de Rodolfo Obregón, tiene, por cierto, la intención de propiciar el placer del espectador al escuchar cuentos ejemplares narrados por la voz femenina. Lo mejor, para mí, de esta puesta en escena es que todo el dispositivo teatral está pensado para regresarle al público su papel de escucha o receptor de historias.

A la sombra de Brook, Obregón y su escenógrafo e iluminador, Oscar Almeida, comenzaron por transformar el espacio vacío del Teatro El Galeón en un foro circular sin lugar, fecha ni estilo determinados. No puedo decir que sea un lugar neutro porque esa aparente neutralidad tiene una intención artística. Voy a decirlo a la antigüita: es un espacio subjetivo al que cada espectador le da su cuota de objetividad. Lo que yo aplaudo, sin reservas, es que de una manera tan sutil metan al espectador en un tiempo y en un espacio distinto al de su realidad. Ya vemos que no se requieren toneladas de madera, ni 3 millones de pesos en escenografía para hacer del espacio...

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