Fernando de Ita/ Teatro impreso

AutorFernando de Ita

Sin duda, el libro del año en materia de teatro fue la edición de El Milagro Alejandro Luna, escenografía, por la dimensión histórica y artística del proyecto, por su trabajo de investigación, su riqueza visual, su impresión impecable, su proyección internacional y su costo. Sin el decidido apoyo del INBA y el FIC, este recuento de 40 años de trabajo habría seguido pendiente, y la historia del teatro mexicano tendría un hueco enorme. Hay que reconocer la postura de Nacho Toscano y Ramiro Osorio, que le pusieron el hombro a la impresión de un libro que por su costo era misión imposible para una editorial privada. El tiempo volverá a este hermoso documento en uno de los libros más valiosos de la segunda mitad del Siglo 20.

En muy pocos años Ediciones el Milagro se ha colocado, al lado de Escenología, como la casa editorial más propicia para el teatro en México. Hay que recordar que este proyecto nació del trago, de la noche, del pecado, si consideramos, como las autoridades de la Delegación Cuauhtémoc, al Bar Milán un giro negro. A mediados de los 90, Daniel Giménez Cacho, Tolita Figueroa y Lorena Maza abrieron, en la que fuera la mítica Galería de los Amor, un bebedero que revolucionó la vida nocturna de la ciudad sin sueño, porque puso de moda la vieja costumbre europea de la barra casual que propicia una circulación más estrecha de los parroquianos, esto es, el ligue directo.

La idea era levantar un teatro en la misma calle de Milán con las ganancias del antro. El desastre económico que dejó Salinas elevó los costos del teatro a cifras estrastosféricas, y cuando todos creíamos que nuestros amigos se volverían golfos de tiempo completo, gracias al éxito inusitado del bar, nos anuncian la creación de una editorial de libros de teatro, y nos hacen testigos de un acuerdo riguroso en el que se comprometen a meter las ganancias de la cantina en la editorial.

Para asombro de muchos, ese acuerdo se ha cumplido hasta la fecha en términos ejemplares, porque los dueños del bar se asignaron un sueldo ridículo, y eso es todo lo que perciben de las ganancias. El Milagro, por su parte, aprovechó el acuerdo, y en las manos de Tolita Figueroa, David Olguín y Pablo Moya comenzó a convertir en realidad su nombre de pila. Con la llegada de Gabriel Pascal a la editorial, se consolidó un equipo de trabajo y terminó otro. Por causas que se me escapan, Tolita, fundadora del bar y la editorial, dejó El Milagro y se fue, vestida de fiesta, al estudio de don Gabriel...

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