Fernando de Ita/ La rendija de la locura

AutorFernando de Ita

Jesús González Dávila odiaba los espejos. Se veía en ellos, se quitaba los lentes y sostenía consigo mismo una batalla feroz, primero con la mirada, después con la boca de la que salían argumentos devastadores contra aquella figura que lo enervaba de una manera tragicómica. De no haber sido por esos gestos de humor, aquellos encuentros con el espejo nos habrían resultado insoportables a él y a sus amigos de borrachera.

Para hablar de González Dávila, a un año de su muerte, es útil distinguir tres periodos de su vida y su obra. Los años 60 y 70 en los que entra en contacto con el teatro, como alumno de la Escuela de Arte Teatral del INBA, comienza a trabajar con niños de la calle y escribe sus primeras piezas de teatro sobre el infierno de la infancia. Aquella edad de la vida que la mayoría de los escritores consideran el paraíso perdido fue para Jesús la tierra baldía de la orfandad y el desencanto.

En los 80, Jesús tiene tres experiencias fundamentales: entra al taller de Hugo Argüelles, forma parte del grupo de autores que Guillermo Serret bautizó como La Nueva Dramaturgia Mexicana, y sus obras comienzan a ser presentadas por directores relevantes en escenarios reconocidos.

Para muchos, el teatro de Jesús comienza con De la Calle, gracias a la espectacular y exitosa puesta en escena de su hermano en el vino Julio Castillo. Somos pocos los que sabemos que González Dávila era el primer descontento con el montaje de Julio, y admiraba, en cambio, la puesta en escena que José "El Perro" Estrada hizo de El jardín de las delicias, en el teatro de la SOGEM.

Como a Sergio Magaña fueron muy pocas las versiones teatrales de sus obras que lo dejaron plenamente complacido, y El Jardín... fue una de ellas porque el director, el actor central, Sergio Kleiner, y el escenógrafo, Tony Sbert, lograron lo más difícil de lograr con los textos de Jesús: mostrar la irrealidad de su realismo. Las obras de González Dávila, puestas tal cual, semejan dramas de la vida real con una carga excesiva de sexo y crimen. Bien leídas son como su mirada en el espejo, un bisturí en el cerebro, una rendija de la locura cotidiana.

La tercera etapa de Jesús es la de los 90, sus años de magisterio, de autor-cuate de los directores de provincia, los años de escritor maldito en el doble sentido de la imagen; admirado por los iconoclastas, ignorado por las instituciones. Los años de la verdad, los años del cáncer.

Jesús fue un maestro formidable porque siempre fue alumno de sus...

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