Feliz actuación

AutorKaren Schneider, Jennifer Longley, Lorenzo Benet y Michelle Caruso

Lo que realmente importa en una reunión organizada por Steve Martin es el póker. Claro, instalados en el patio central al aire libre de su elegante residencia en Los Angeles para cenar, su unido círculo de amistades -incluyendo al gigante de la comedia Carl Reiner, el músico Paul Simon, el director Mike Nichols y el dramaturgo Neil Simon- hablará sobre arte. Y política. Y literatura. Y posiblemente sobre el mundo de las finanzas.

"Ahora que no se tiene que preocupar por dinero", explica Nichols, "a él le agrada la idea de que puedes hacer esto o aquéllo con él".

En una ocasión, el gentil anfitrión sacó su banjo y les ofreció una serenata a sus huéspedes con una versión perfectamente ejecutada de "Auld Lang Syne". Hasta se le conoce por fácilmente arrancarles carcajadas con el Gran Flydini (una rutina acerca de una mosca haciendo trucos de magia que es, asegura Nichols, "los 11 minutos más chistosos del mundo"). Pero cuando se reúne con sus cuates a jugar póker, puede apostar que lo tomará muy en serio. "Es uno de los mejores manipuladores de destreza manual", afirma Reiner. "Fue un mago amateur". No es que alguien parezca estar muy preocupado. Como Reiner comenta burlonamente, "Apostamos galletas saladas".

Pero hubo más que galletas en juego el domingo pasado, cuando Martin, de 55 años de edad, enseñó su mano ante unos 800 millones de televidentes en todo el mundo en la 73 Entrega de los Oscares, su primer compromiso importante como conductor.

Asumir el papel de maestro de ceremonias que dejó Billy Crystal -el productor Gil Cates escogió a Martin, a quien considera "elegante y rápido para improvisar", después de que el venerado conductor de siete ceremonias tuvo que disculparse debido a un conflicto de horario este año- pondría hasta a un maestro a sudar la gota gorda.

Pero pensándolo bien, para el intelectual cómico -admirado en Hollywood por escribir y protagonizar éxitos tales como Roxanne en 1987, L.A. Story (Historia de L.A.) en 1991 y Bowfinger (El Director Chiflado) en 1999 y en círculos literarios por sus obras, ensayos para la revista New Yorker y su novela del año pasado "Shopgirl"- los retos no son cosa nueva. Ni los públicos difíciles. Después de todo, fue él quien hace unos 30 años, con una flecha de vodevil atravesándole la cabeza, encabezó la arremetida de chistes simples contra públicos acostumbrados al humor furibundo y angustiado de la era de Vietnam. Fue él quien puso de moda la idiotez inocente de su frenética Danza de...

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