Felipe Díaz Garza / El error de Trotsky

AutorFelipe Díaz Garza

André Bretón dijo que los mexicanos somos surrealistas. El francés debe haber disfrutado alucinadamente la paradoja producida cuando el gobierno mexicano amparó aquí a su amigo León Trotsky, perseguido por Stalin y después a los republicanos españoles, perseguidos por Franco.

La protección oficial a Trotsky y a los republicanos se dio al mismo tiempo que aquí perseguíamos a los cristeros, a los comunistas y a los petroleros extranjeros, como si a México lo gobernaran Stalin y Franco al alimón. Diego Rivera fue reclutado por el gobierno, priista para más señas, para ser el anfitrión de Trotsky y, tiempo después, ese mismo gobierno priista persiguió al pintor por ser comunista y muchos refugiados españoles o sus hijos acabaron perseguidos o muertos por el gobierno priista en el 68.

En ese surrealismo bretoniano de la región más transparente del aire no fue inesperado que, con todo y la protección del gobierno y de los intelectuales de izquierda, Trotsky acabara con el cerebro atravesado por un certero golpe de piolet. Vivíamos entonces, de los 30 a los 60, y vivimos todavía una realidad distorsionada e irreal, que ni siquiera llega a la fantasía de la creación artística, mucho menos al reino del mal. Tan sólo nos movemos en la contradicción permanente, en la intención nunca concretada o concretada a medias, en el proyecto político inacabado, en el cinismo civil simplón y, si acaso, en el crimen burocrático vulgar que no tiene la excusa divina del placer, como hubiera dicho el inconmensurable Marqués de Sade.

En ese marco es que el presidente de los diputados, Manlio Fabio Beltrones, le exigió a Dolores Padierna, cabecilla visible de las alzadas en la Cámara de Diputados la semana pasada, que "ni se atreva a tocarme, pues soy el presidente de la Cámara de Diputados". Por supuesto que en el gesto de Padierna, tratando de tomar al otro por el brazo para que se levantara de su augusto sillón presidencial, no había "buenas intenciones" dictadas por la lascivia, ni malas intenciones dictadas por la furia.

Se trataba tan sólo de un inofensivo "por aquí, mi líder", que fue rechazado por el ente divino, presidente de la representación popular, que no puede ni debe ser tocado por mano humana, menos cuando se presume la condición demoniaca del atrevido, en este caso, la atrevida. Todo ante los ojos de la nación. Bueno, no precisamente ante los ojos de la nación, porque el Canal del Congreso, convenientemente, se salió del aire a la hora de los cocolazos...

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