Federico Reyes Heroles / ¿Para qué?

AutorFederico Reyes Heroles

"La razón me dice que Dios existe, pero también me dice que nunca podré saber lo que es".

Voltaire

No tengo ninguna filiación religiosa. Ello no me cauteriza frente al tema. Basta con mirar al firmamento o ver a un bebé nacer o leer sobre el DNA para caer en el asombro. Ese asombro es la puerta de entrada a los grandes misterios: la creación, la vida, la muerte y nosotros ahí con nuestra loca cabeza. Sólo un muerto, muerto del alma, podría quedarse inmune. Victor Hugo definía a Dios como lo evidente invisible. Pero las creencias y los usos que las religiones han hecho de ellas son un asunto serio. Hay quien piensa, y no sin razón, que las religiones lo envenenan todo (C. Hitchens, God is not Great). Buena parte de la violencia entre los seres humanos ha brotado de la pasión religiosa.

¿Pero entonces, qué hacer? Cruzarse de brazos y aceptar esa terrible fatalidad: la búsqueda de respuestas a los misterios conduce al dogma, al fanatismo, a la degradación. Sería aceptar nuestra impotencia para encauzar las grandes dudas y sus siempre tentativas soluciones. Se trata de una de las discusiones filosóficas más apasionantes y en las últimas décadas ha sido muy rica. Dios ha muerto, declaró Nietzsche (UNAM, ver la excelente introducción de Paulina Rivero Weber), con lo cual tambaleó los referentes no sólo filosóficos sino éticos. ¿Quién mató a Dios? En su loco afán por conocer, por establecer verdades independientes, el hombre destruyó los absolutos, Dios incluido. Pero si Dios no existe, razonaría Dostoievski, entonces todo está permitido. Sin ese absoluto, se argumentó, el hombre deambula en la oscuridad. Quién va a ser el guía, quién dará el rumbo. Para algunos ese absoluto se ha trasladado al valor inmanente de la vida. El rumbo no venía del exterior, de una fuerza superior, sino de adentro. Estaba dado por la propia Creación en la vida misma.

La tensión básica estaba sentada. En la búsqueda de verdades el ser humano sólo podía cancelar los dogmas, los absolutos y seguir su propia forma de leer el mundo. Con el avance de la ciencia en el siglo XX surgieron nuevos dilemas y posturas. Quizá una de las más conocidas por su claridad fue la de Bertrand Russell. El gran filósofo y científico inglés fue radical: la ciencia es incompatible con cualquier tipo de religiosidad. Dogma y ciencia están reñidos a muerte. La apuesta de los años sesenta fue ésa: el avance del pensamiento científico terminará desplazando a los dogmas religiosos. Pero en pleno...

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