Federico Reyes Heroles / Mala fe

AutorFederico Reyes Heroles

Las reformas políticas de la segunda mitad del siglo XX todas, sin excepción, fueron recibidas con beneplácito por parte de la opinión pública. La más reciente reforma electoral ha recibido un rechazo generalizado, según datos de Reforma, son cuatro de cada cinco ciudadanos los que dudan de ella. ¿Por qué? ¿Será que los ciudadanos no entendemos del asunto? ¿Será que tenemos una predisposición en contra de los partidos? ¿O será que tenemos razón? La animadversión generalizada parte de una corazonada correcta: en esta reforma no hubo buena fe.

Alguien podría levantarse en armas y decir que un criterio así es totalmente subjetivo. ¿Será? ¿O quizá, una vez más, estamos subvalorando a la opinión pública? En una reforma política de verdad, progresiva, hay un principio muy sencillo pero contundente: aquel que tiene el poder cede, no todo, pero por lo menos una parte del poder. Eso sí supone un cambio de fondo. No lo hacen por ser buenas almas. Se llega a la cesión de poder porque se está claro que la continuidad del statu quo pone en riesgo todo el poder. Quien cede lo hace por conciencia de la inviabilidad de seguir con la misma fórmula. Ceder poder desde el poder es el rasgo que caracteriza la autenticidad de una verdadera reforma.

Eso fue lo que no ocurrió con la actual reforma llamada de Estado. Los partidos efectuaron las reformas de los otros, pero no la de sí mismos. Revisemos a vuelo de pájaro algunos expedientes de transiciones muy mentadas. A la muerte de Franco, el franquismo cedió poder a las otras fuerzas políticas excluidas de la vida pública. Eso le dio un contenido de autenticidad que aún hoy sigue maravillando al mundo. No hubo otra guerra civil; desde el poder se admitió que el pacto era disfuncional, indebido, indecente. El franquismo no desapareció, una reforma nunca es un suicidio, pero sí es una amputación, una amputación consciente de los excesos de poder. En Sudáfrica ocurrió lo mismo: el Apartheid era insostenible y desde el poder se accedió a las múltiples demandas y resistencias externas. La cesión nunca es gratuita. Siempre responde a presiones externas. En Chile Pinochet convocó al plebiscito accediendo a una insostenible demanda de apertura. Se la jugó y perdió.

En México es claro que las sucesivas reformas iniciadas a finales de los años setenta fueron una amputación real del excesivo poder concentrado en el Ejecutivo. Insisto: no fue una graciosa concesión sino una respuesta a una demanda real. El Ejecutivo cedió el...

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