Federico Reyes Heroles / Diálogo

AutorFederico Reyes Heroles

¿A dónde van? ¿Qué es de ellos? Los muertos, la muerte, el eterno misterio como bofetada para recordar nuestra pequeñez. Es tan agobiante y hondo ese gran misterio que la mente pareciera paralizarse: mejor no pensar en los hechos. Por qué no tomar cualquier otro tema, regresar a las cuitas nacionales, a las especulaciones sobre el 2006. Imposible, sería ceder a lo incómodo, evadir la tragedia, evadirse frente al único hecho inexorable que une o debería unir a los seres humanos. La frialdad en esto es la muerte del alma propia. La insensibilidad frente a la muerte es desprecio por la vida. Como dijera Unamuno hay momentos en que debemos pensar con una parte del cuerpo que no es el cerebro.

Un muerto es una tragedia, mil muertos son estadística, dice la conocida expresión que delata la común fuga mental. Mil muertos son mil tragedias y más aún. La dispersión en el espacio, no coincidir en un mismo tiempo hace que olvidemos la fragilidad humana. El 26 de diciembre no hubo ni proceso ni evolución, como en las hambrunas. Ciento cincuenta mil muertos de un golpe son ya el más terrible registro moderno del horror. Paradojas del destino, sólo un acto humano le es comparable: Hiroshima. Es cuestión de proporciones; los terremotos en Turquía, las inundaciones de lodo en Colombia, los alrededor de 20 mil muertos de aquí y allá, -los ¿10 mil? de la Ciudad de México en 1985- todo se empequeñece frente a las olas descomunales del sur de Asia. El resto de las noticias puede esperar, debe esperar para que la conciencia no se evada. Huir de la vida -con todos sus horrores incluidos- jamás no hará mejores seres humanos.

A decir de Elías Canetti uno de los diálogos centrales del ser humano es el que se mantiene entre la masa de los vivos y la de los muertos. Niños, ancianos, mujeres y por supuesto varones, la gran ola interrumpió, arrasó, arrancó. No hubo punto final de la novela que es una vida. Tampoco encaja la idea de la muerte como rescate del sufrimiento terrenal. Menos aún la pretensión de gloria. Ultrajados, semidesnudos, deformes, el mar los fue vomitando poco a poco. Las tragedias no encuentran explicación: simplemente son. Cuando se muere por un deber los argumentos encuentran una razón que alude a valores. Cuando se muere por un error, por negligencia, la furia se descarga sobre otro ser humano, el responsable. Cuando la muerte se deja caer como resultado de una fuerza sobrehumana, simplemente no sabemos hacia dónde mirar. Todo quedó a medias y...

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