Falla el Atajo a México

AutorRoberto Zamarripa

MURAL / Enviado

LA HABANA.- Trepado en la guagua blanca con su esposa y una recién nacida de 15 días, Serguei Cruz Rodríguez, un albañil del barrio de Marianao y que apenas terminó la secundaria, recapacitó en la parada de la avenida 31. Bajó a Katia González Pérez, su compañera de unión libre y la niña de brazos, para seguir en la loca carrera del autobús que quedó estacionado en la puerta de la Embajada mexicana, con media trompa adentro, dos heridos graves, una estela de nervios y chillidos, la batahola callejera con la policía y las brigadas especiales, los civiles oficialistas que con bates y furia dispersaron a la bola.

Serguei, de pelo hirsuto, flaco como todos los invasores, tenis blancos con vivos azules y una playera holgada, corrió hacia la azotea de la Embajada y ahí tomó refugio. A sus 24 años de edad no parece un sujeto de peligro. Pero el historial penal cubano es abultado. Su nombre tiene el número 13 de la lista publicada en la primera plana del diario oficial Granma, en la que aparece como un tipo de cuidado. Cuatro veces lo han apresado por robo, la primera en 1994 y la última en el 2001; dos veces ha ido a la cárcel por lesiones y en 1999 fue procesado por agresión a un funcionario público y en el 2000 fue detenido por tráfico y tenencia de drogas.

Trece de los 21 ocupantes de la Embajada mexicana, según el gobierno cubano, son reconocidos delincuentes. Ocho más, acaso ingenuos o engañados, que quisieron llegar en camión a México.

De esos 21, cuatro ya habían querido salir de la isla en intentonas frustradas; dos más lo tenían como una añeja ilusión; otro par tiene familiares en Estados Unidos que salieron de Cuba hace poco. Su cabeza vive del otro lado del mar. Ninguno es profesionista. Tres son desempleados, cuatro albañiles, dos venden frutas en la calle, otro expende jugos y hay un fabricante de dulces. Un manojo de necesidades, decepciones, carencias, desencantos y frustraciones. Desertores, resentidos, jalados repentinamente por un rumor callejero de que México había roto relaciones con Cuba y había abierto las puertas de la Embajada como barco listo a zarpar.

El Embajador Gustavo Iruegas llegó de Monterrey casi directo a La Habana. Apenas colgó de las llamadas durante la madrugada con el consejero Andrés Ordóñez, quien era el responsable de la Embajada mientras transcurrían los incidentes de violencia, y salió disparado al aeropuerto para tomar el avión de Cubana.

Se presentó en la Embajada mexicana. Subió a la biblioteca donde estaban confinados los 21 ocupantes. El consejero Andrés Ordóñez presentó al viceministro y sin mediar otra palabra en voz fuerte, casi a gritos, Iruegas increpó: "¿Por qué han ofendido a mi país? ¿Qué les ha hecho México a ustedes para que seamos tratados de esa manera?" Los ocupantes quisieron responder pero Iruegas no quiso. "¡Acaban de sellar su entrada a México! Nosotros decidimos a quiénes dejamos entrar y cómo. Y no aceptamos presiones de nadie y mucho menos violentas".

La cara amable del viceministro se había desvanecido. El grupo de...

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