Fábulas perrunas

Derecho de pisoCarolina Rocha MenocalEL UNIVERSAL(Embargada para sitios en Internet hasta las 24:00 horas locales)El gusto le duró a su Adelita lo que la euforia por el triunfo de la Sub-17. No terminaba la que escribe de regocijarse de placer ante la contundente evidencia que publicaba este periódico sobre los tenedores de perros y su índice de alegría, cuando, cual balde de agua fría -similar al fiasco de la selección Sub-22 en Argentina- me cayó la noticia de que los paseos perrunos -y por ende la felicidad y estabilidad del hogar- ya no serían posibles.Ajá. La noticia la soltó de sopetón Otilia: una Otilia descompuesta, desgreñada, temblorosa, rabiosa, con la camisa rasgada y las nalgas bien enlodadas. Los perros venían batidos también. Fango y abono canino que desde una fétida distancia anunció su llegada."¡Santo Cristo persignado y crucificado!" gemí, "¿Qué te pasó?". Y vaya el tragedión que se ceñía sobre el sureño hogar.Pleito vecinal. ¡Qué digo pleito! ¡Guerra! y declarada con los de la acera de enfrente, los de atrás, los de allá y los de acullá. El vecindario era oficialmente el campo de batalla y, a juzgar por el estado físico y mental de la confundida Otilia, el combate se libraría en todos los flancos simultáneamente.Había pues, que delinear una estrategia de guerra, y pronto. Pues cual ciudadano común y corriente de Tamaulipas o de Juaritos, la única solución que se vislumbraba en el corto plazo era atrincherarse despavoridos entre cuatro muros.Pero voy pasito a pasito, aunque cunda pánico -o al revés, que no estoy como para minucias. El gran diario de México publicaba hace tan solo un par de días con tremendo tino que la Asociación Psicológica de Estados Unidos había probado que "quien tiene mascota es más sociable y seguro". El citado estudio afirmaba que, por lo general, los dueños de animales "tienen una mejor vida y resuelven mejor las diferencias individuales que las personas que no tienen". La que escribe asentía con borrega vehemencia, como quien escucha al suspirante presidencial de su predilección negar que la ambición está detrás de sus desbocadas aspiraciones.El asunto es que su Adelita estaba por tragarse, así nomás, semejante cuento, cuando la presencia intempestiva de Oti, le recordó que las leyes de la gravedad no operan en México. De hecho, la posesión de un can es sinónimo, cierto, de felicidad, pero también de pésima vecindad.Desde que la perrada y la que escribe montaron casa en el sur de la ciudad de...

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