Luis F. Aguilar / Secuestrados por el presidencialismo

AutorLuis F. Aguilar

Formamos parte de un régimen democrático presidencial, en el que la legitimidad del cargo y poder del Presidente no dependen del Legislativo sino del voto universal y directo de los ciudadanos (por si lo hemos olvidado). Pero, en los hechos, somos un régimen democrático "presidencialista", pues nos es natural creer que el Presidente es el eje y motor del funcionamiento de la democracia y, en consecuencia, el responsable directo cuando ésta no acierta a resolver con contundencia problemas de preocupación pública. En el imaginario, el Presidente es el bien y el mal del país, ningún otro actor social es corresponsable de la producción del bienestar del país y, obviamente, tampoco lo es cuando los problemas y males nacionales se nos vienen encima. El monoteísmo político sigue vivo en la democracia nacional, a pesar de que todos los días cantamos el Himno Nacional del pluralismo político, la división de poderes y el federalismo.

Tlatoanis, obispos, emperadores, generales, líderes sindicales y licenciados han moldeado nuestro modo de entender la política. Nos es congénita una idea piramidal del orden social, todo se arma desde un vértice, de arriba hacia abajo. El orden social no puede existir más que como orden político y éste no puede existir más que si todos los hilos del tejido social terminan en la mano de un ordenador supremo, que supuestamente tiene el conocimiento y el control completo del mundo social. Así fuimos socializados, así pensamos y así transitamos a la democracia. Pensamos que la alternancia azul en Los Pinos sería suficiente para reordenar el país y resolver nuestros males, así como se sigue pensando que la alternancia amarilla sería ahora el orden nuevo o que el regreso del tricolor pondrá de nuevo las cosas en orden. Con la misma lógica presidencialista algunos piensan que ahora hay que practicar otra opción de alternancia presidencial, la de su remoción o sustitución por otro, por un interino, y que ésa sería la solución de nuestros problemas y males, el inicio de un tiempo de creación institucional y reforma del Estado (bostezo). El Presidente interino haría la diferencia. ¿Cómo? Seguramente porque seguimos creyendo en el gran poder presidencial, aunque la realidad nos muestre su impotencia, su limitada autonomía (dicho más sensatamente).

La adicción presidencialista sigue influyente aun cuando se pide la caída del Presidente y revocar su mandato. Los adictos mantienen su fe en que llegará Otro, Quetzalcóatl o el Mesías...

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