Excesos de Arte/ Trauma TV

AutorJesús Mario Lozano

Que la caja estúpida no nos idiotice. Que no nos convierta en autómatas. Que no haga olvidarnos que podemos pensar. Que no devore nuestros cerebros. Que no se vuelva un sustituto para el amor. Que su luz idiota no nos hipnotice. Que sus imágenes fascinantes y engañosas no acaben con nosotros.

Los lemas más radicales que en sus inicios fueron lanzados por muchos en contra de la televisión, y sobre todo frente a su irremediable popularización, han cambiado. Y sobre todo después de los escritos recientes de pensadores como Umberto Eco, Paul Virilo, Jean Baudrillard, Hangs-Magnus Enzensberger, Néstor García Canclini, entre muchos otros.

Sabemos que ya no es tan sencillo referirse a la televisión como un objeto específico controlable, delimitado y prescindible, especialmente ahora que forma parte de nuestras vidas casi "naturalmente".

Ni tampoco es fácil pensarla como un ente activo que se apodera de víctimas totalmente pasivas, televidentes que no son capaces de responder a su "amenaza terrorífica", ya que como se ha estudiado desde hace tiempo, en el acto de ver televisión participamos activamente en la producción de sentido, construcción de interpretaciones, asociación de ideas, etc.

Pareciera que ahora al hablar de la televisión tenemos que referirnos a complicidades extrañas, seducciones sospechosas y complicadas colaboraciones. Los nuevos lemas que surgen intentan ironizar o metaforizar su sentido: "mi cerebro está estructurado como una televisión", "pienso en televisión", "la televisión me completa" o "en la televisión sucede mi deseo".

Es increíble, por ejemplo, el papel que tomó durante el reciente atentado en Nueva York. Daba la impresión de que con su cobertura en vivo la televisión hubiera tomado el lugar del inconsciente frente a un evento traumático. Como si al intentar reconfigurar las desastrosas imágenes repetidas desde distintos puntos de vista pudieran hacernos asimilar lo sucedido.

El medio ya no mediaba (ni el medio era el mensaje), sino que en cierto modo presentaba el horror mismo en el horror de su inaprehensible traumática irrealidad. Como si la mediación fuera imposible, no sólo frente a la imagen del desastre, sino frente al desastre de la imagen en vivo. Aprehendida, pero sin llegar a ser cabalmente reconocida en un espectáculo televisado donde la politización de lo religioso y lo racial se confundían con los intereses mercantiles de las empresas televisoras y la tecnología comunicativa.

Algo similar quizá sucedió con...

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