Las y los excéntricos / Pedro Friedeberg

AutorGuadalupe Loaeza

¿De veras ser excéntrico es algo que ya no volveremos a ver? Excéntricos fueron los dadaístas, los surrealistas, los futuristas y todos los "vanguardistas" de principios del siglo XX en París y en Nueva York, pero que desafortunadamente se quedaron sin descendencia... ¿Será que en efecto ya no hay excéntricos?

Pues permítanme decirles que sí, que en esta ciudad todavía hay por lo menos un excéntrico que aún guarda el viejo espíritu de la excentricidad, como el de Dalí y el de Marcel Duchamp. Me refiero a Pedro Friedeberg, el maravilloso Pedro, el atento, el amable, pero sobre todo el irónico Pedro. Como siempre viste a rayas, es lo más parecido a una cebra. Nada me gusta más que recibir una carta de Pedro Friedeberg, yo creo que nunca se han escrito cartas tan bonitas y tan imaginativas como las suyas, con dibujos maravillosos y con letras bailando por el papel en las posiciones más incómodas y difíciles.

Hace muchos años, era frecuente verlo por la Zona Rosa en compañía de Antonio Souza, el fascinante galerista. A los dos se les veía en la calle de Génova, en los altos del café Konditori, en la famosísima galería en donde exponían los consagrados como Leonora Carrington y Rufino Tamayo, pero también los jóvenes como Francisco Toledo. Hay que decir que Souza compartía el carácter excéntrico de Pedro. Se dice que cuando se enteró de que el papagayo de la princesa Radziwill sufría de asma, hablaba tres veces al día a Nueva York para preguntar por su salud.

¿Qué más hacía Souza, Pedro?, ¿por qué se dice que era el hombre más original del mundo? Cuando lo recuerda, Pedro Friedeberg no puede evitar sonreír con mucha complicidad: "Pues es que a Antonio, cuando viajaba, le cobraban entre 30 kilos de sobrepeso porque traía las fotos de toda su familia, enmarcadas en plata. Como pensaba que no había otra sangre tan noble como la de él, escribió al Vaticano para pedir una dispensa papal que le permitiera casarse con su hermana. Una vez llegué a visitarlo a Nueva York, a su hotel, frente a Central Park, y pidió tres club sándwich carísimos, le dio una propina muy abultada al mozo, y después los puso en la ventana para que se los comieran las palomas".

Otro de los maestros de Pedro fue Mathias Goeritz, seguramente otro excéntrico genial. La gente se asombraba cuando recibía su tarjeta de presentación en la que decía: "Mathias Goeritz, harquitecto". "Disculpe, señor, ¿qué no se habrá equivocado?", le decían seguramente con mucha pena. "¿Qué no se da...

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