Evocan a un clásico, Fuentes

AutorFrancisco Morales V.

Años antes del reconocimiento mundial, Carlos Fuentes y su amigo, el poeta Eduardo Lizalde, acudieron a una función de ópera en el Palacio de Bellas Artes. Era 1950 y una joven Maria Callas ofrecía su primera función en México.

"La máxima estrella del canto italiano en su momento; la más grande soprano, posiblemente, de la ópera en Europa y en el mundo, a quien escuchamos debutar juntos", recuerda Lizalde con orgullo evidente.

Aquel encuentro primero entre Fuentes y la soprano -después se frecuentarían en París, apunta Lizalde-, fue, quizás, el germen de la novela Aura.

Le gustaba contarlo en entrevistas: cuando Callas, transmutada en la Violetta Valery de La Traviata, fallecía en el escenario, en su figura convergían la misma juventud sublime y la vejez marchita que el escritor otorgaría al personaje de la casona de Donceles.

A cinco años del fallecimiento de Fuentes, tras La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Terra Nostra y el Boom Latinoamericano, toda anécdota adquiere algo de mítico.

Además de una pasión irrefrenable por la ópera, a Lizalde y al también autor de Cristóbal Nonato, los une también otra cosa: este mes, el poeta recibirá el premio literario que lleva el nombre de Fuentes.

"(Nuestra amistad) comenzó porque somos contemporáneos y porque Carlos Fuentes se volvió desde muy joven la máxima celebridad de su generación", asegura Lizalde.

Amigos desde antes de la publicación de sus respectivos clásicos, La región más transparente y El tigre en la casa, el poeta no duda en describir a su amigo, el dandy de nuestras letras, como una estrella de cine.

"Un personaje que intervino en todas las producciones norteamericanas, mexicanas, de la cinematografía, que fue amigo de todas las grandes celebridades", recuerda.

De cerca, entre los amigos, podía llegar con preguntas como la siguiente: "¿Qué te parece la idea de una novela cuyo tema sea el gringo viejo, estos gringos que vienen por el país y se quedan a vivir toda la vida?". Tras las charlas, ocurrían los libros.

Lizalde y Fuentes, ambos autores precoces, jamás intercambiaron manuscritos.

"Claro que nos leímos en libros. No era necesario intercambiar papeles", zanja el poeta.

Lizalde conserva algo más cercano del autor: "Fuentes fue el primero que empezó a llamarme 'El Tigre'; se me quedó el apodo entre mis amigos para siempre".

· · ·

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez leyó Aura y Cantar de ciegos a los 20 años. Pasaría mucha vida y mucha turbulencia para que, al...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR