El eterno Fidel

AutorRafael Rojas*

Supongamos que Fidel Castro es un político que desea lo mejor para su pueblo y que toda su actuación en la historia ha estado dirigida a propiciar el bien común de la sociedad cubana. Supongamos que la Revolución que lo llevó al poder en 1959 sólo estaba inspirada en una ideología nacionalista, justiciera y democrática. Supongamos que la alianza con la Unión Soviética y el establecimiento de un régimen comunista en 1961 fueron las únicas salidas que encontró aquel joven e inexperto Gobierno revolucionario para sobrevivir a la hostilidad de los Estados Unidos y del exilio de Miami. Supongamos que el socialismo cubano nunca ha sido stalinista o totalitario y que, a pesar del fuerte vínculo de casi 30 años con Moscú, Cuba no sólo no fue un satélite soviético, sino que sus dirigentes hicieron todo lo posible para no reproducir los rasgos autoritarios y burocráticos de los regímenes de Europa del Este.

Imaginemos que ciertos excesos, como la persecución de los homosexuales, el exterminio y encarcelamiento de cientos de miles de opositores, la emigración de millones de personas, la ausencia constitucional de derechos civiles y políticos o las cíclicas purgas de dirigentes creativos y honestos, han sido costos inevitables, medidas de emergencia adoptadas por un Gobierno en estado de sitio, que resultan insignificantes al lado de los grandes beneficios sociales, sobre todo en materias de educación y salud, que han merecido la población de la isla. Imaginemos que, tras la caída del Muro de Berlín, la permanencia de Fidel Castro en el poder es el mejor indicador de que el pueblo cubano acepta su liderazgo o de que, al menos, sigue prefiriéndolo a cualquier otra opción desconocida.

Imaginemos, incluso, que Fidel Castro es el único político capaz de mantener la unidad dentro del Estado cubano, la paz social en la isla y la independencia de Cuba frente a Estados Unidos.

Aun así, después de tantas suposiciones ingenuas, realistas o cínicas, también habría que admitir que, en la segunda mitad del Siglo 20, el control absoluto de la política de cualquier país por una misma persona, durante más de 40 años, es una monstruosa perversión de la historia moderna. En América, hemisferio republicano por excelencia, no ha habido un Presidente, dictador o vulgar tiranuelo con tanto tiempo acumulado en el poder. Juan Manuel de Rosas estaba a punto de cumplir 20 años al frente de Argentina cuando el General Justo José de Urquiza lo derrotó en Caseros; Porfirio Díaz...

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