El estigma del hermafrodita

AutorFrancisco González Crussí

En el año de 1655 de Nuestro Señor, nació en el pequeño pueblo de Pourdiac, cerca de Tolouse, en Francia, una niña llamada Marguerite Malaure. Los curiosos han señalado que el apellido Malaure tiene un parecido con el sonido de la palabra malheur, desgracia, y que eso insinúa que una constelación desfavorable fue la que presidió la hora de su nacimiento y le auguró la infelicidad que más tarde cayó sobre ella. La orfandad fue la primera de sus aflicciones, pues apenas había llegado a este mundo, cuando fue despojada del precioso calor y de la protección que la mayoría de nosotros halla en el amor de los padres. El buen párroco de Pourdiac cuidó de su crianza temprana, pero con menos atención que la que el padre natural de la niña hubiera empleado en educar a un niño de su propia sangre. Fue colocada al servicio de una dama importante y fue en este oficio que se convirtió en una muchacha. A pesar de que carecía de las distinciones que otorgan el rango social, la belleza física o el talento, se comportaba sin embargo con dignidad, a la que añadía una simpática sencillez. Su agradable carácter le ganó la estimación general y nunca se supo que su conducta diera ocasión a reproches. En 1686 cayó enferma, y hubo de ser transportada, enfebrecida y semiiconsciente al hospital Hötel-Dieu en Tolouse.

De ese año data la primera revelación de lo que habría de ser su funesto destino. El médico que la examinó declaró, con estridentes demostraciones de emoción, mismas que desentonaban con su noble oficio, que nunca había visto nada como la anatomía sexual de Marguerite. Ella estaba dotada, insistía, al mismo tiempo de órganos reproductores masculinos y femeninos, en vez de unos o los otros, como el resto de nosotros. Para decirlo con propiedad, ella no era ni lo uno ni lo otro. A los asombrados oyentes, quienes eran aún más ignorantes que el médico, y quienes lo veían como si dudaran de lo que acababan de oír, dirigió un pedante discurso rociado de pesadas dosis de latín incorrecto en cada párrafo. Nadie comprendió la erudita explicación del porqué de la monstruosa anatomía de Marguerite, pero todos le concedieron un emocionado asentimiento: Marguerite no era una ella, sino un él. Basándose en las opiniones de Esculapio, Hipócrates, Galeno y otras distinguidas figuras de la ciencia médica que fueron citadas por el doctor, una persona debe pertenecer a un sexo, y si las marcas de los dos aparecen y concurren en el mismo individuo, el que es dominante debe ser escogido; el segundo puede ser ignorado por completo. Y en Marguerite, la masculinidad dominaba por completo, según el reporte del doctor. (El criterio para determinar cuál era el sexo dominante no fue definido, pero baste recordar que en el pasado, en lo que a la dominación concierne, lo masculino raramente salió perdedor). Así, la masculinidad era su destino manifiesto. Es decir que en los treinta y un años previos, ella (o él, más bien) había hecho una farsa de los decretos de la naturaleza.

Tal era el peso de la opinión del experto, que las autoridades le ordenaron que usara ropa de hombre y que se comportara, de ahí en adelante en los modos conformes a su recién adquirido género. Marguerite descubrió que esto era imposible de hacer. No sólo estaba convencida de que la ignorancia del doctor hacía violencia a su naturaleza, sino que además tuvo que enfrentar el escándalo público y la persecución. Una curiosidad enfermiza se agudizó entre la colectividad y buscaba saciarse a expensas de su honor y su pudor. Los hombres del pueblo clamaban que era necesaria una exhibición pública del asunto. Fue acosada en las calles, insultada, humillada con silbidos, y hasta sobriamente requerida por un sacerdote para descubrir lo que la modestia procuraba ocultar, dizque por el bien común y el avance de la ciencia. Antes que esperar a que el poder pudiera obligarla a hacer algo a lo que no la habían logrado engatusar los sofismas, Marguerite decidió dejar el pueblo.

Fue a residir a Bordeaux, y allí por algunos años siguió tranquilamente el curso de su vida. Pero estaba escrito que no podría disfrutar de una existencia plácida. En 1691, un vecino de Tolouse que pasaba por Bordeaux, la reconoció y la denunció a las autoridades. El 21 de julio de 1691 se dictó una orden de arresto en su contra. Un juicio tuvo lugar y el veredicto fue que "su nombre legal sería Arnaud de Malaure; que ella debería usar ropas de hombre; y le sería prohibido so pena de recibir latigazos, vestirse como mujer". Fue puesta en libertad, pero su futuro quedó severamente comprometido. Su educación era limitada, sus habilidades rudimentarias, y su supervivencia misma dependía de su empleo como doncella, un empleo que ya no podría ejercer por mandato oficial, debido al veredicto. Desesperada, vagaba de pueblo en pueblo, pero su fama siempre la precedía; en todas partes era vista como una especie de monstruo y sobrevivía sólo gracias a la caridad de los pocos que eran tolerantes.

Hostigada, perseguida, víctima del ostracismo y del hambre, decidió ir a París a buscar una solución para su tormento. Allá fue revisada...

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