Espíritu de contradicción

¡Ah, que la canción!(Embargada para sitios en internet hasta las 24:00 horas locales)Nicolás AlvaradoEL UNIVERSALEste día, como casi todos, no salió como lo había planeado. De acuerdo a lo previsto, a estas alturas ya habría debido tener escrita esta entrega de la columna que apenas comienzo ahora. De acuerdo a lo previsto, debería yo estar sentado ante mi escritorio, en mi estudio. De acuerdo a lo previsto, habría debido comer hoy con mi mujer y con un amigo suyo -y casi también mío- de visita excepcional en México desde el San Francisco de su californiana residencia. Y, de acuerdo a lo previsto, días ha que habría debido terminar la lectura de la novela cuya presentación me ha sido encomendada, a verificarse este viernes a eso de las 8 de la noche.Lo previsto, sin embargo, no mutó en visto. Pasará cuando menos una hora -escribo largo y reviso mucho- antes de que haya acabado este texto. No estoy en mi estudio sino en un café, por cierto banal. (¿Por qué lo he elegido? Porque mora a cuadras de casa de mis padres, donde he debido pasar una mañana imprevista e incordiante). Cancelé la comida, y no sólo para poder cumplir en tiempo y forma con este texto sino, sobre todo, porque no estoy de ánimos. En cuanto a la novela, tengo el consuelo de haber terminado ya de leerla -pasé su última página aquí mismo- y, sobre todo, el dulce desconsuelo en que me sumió su lectura, conmovedora. El café en el que escribo se alza en el barrio de mi infancia, donde siguen viviendo mis padres y mi abuela -aunque no ya en aquella casa gigantesca y señorial e impráctica-, donde tiene su domicilio la agencia de mi tío y mi primo, publicistas. Hará media hora que vi cruzar la calle hacia mí a un señor canoso y con barba, vestido de traje; lo peor es que no tuve mayor dificultad en identificarlo como ese niño de hace 30 años, con el que jugaba a menudo y...

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