En el espejo del exilio

AutorJordi Gracia

El tiempo del exilio no empieza con la guerra sino cuando ésta termina con la derrota republicana. Entonces hay que decidir la salida de España o la permanencia en el extranjero, como exiliado que no acepta ser súbdito de la victoria o que no puede serlo sin ser perseguido. La aceptación de ese destino equivale a una extranjería perpetua, porque todo exilio es una enfermedad incurable. Del exilio no se vuelve nunca porque no hay lugar al que volver, el lugar se ha hecho tiempo, como hubieron de saber tantos exiliados que prefirieron no vivir en España bajo un régimen fascista. Este fue un exilio también burgués y liberal, de liberales muy semejantes a los que volvieron, pero con una opción personal distinta, me parece que admirablemente expuesta en las líneas de Américo Castro. El caso de Juan Ramón Jiménez es semejante, y a él acudiré en busca de una perspectiva sobre el exilio, y sobre la posguerra misma, que me parece persuasiva. Está dispersamente expuesta en un libro que Juan Ramón no llegó a publicar nunca pero que nace de los papeles que fue ordenando en una carpeta que acabó publicándose con su título, Guerra en España (1936-1953). Los retales y papeles que allí reunió tienden a iluminar las cosas de manera muy original y muy poco explotada, y a mí me ayuda a explicar lo que este libro se propone.

Esta excursión hacia el exilio ha de venir a reafirmar la continuidad del movimiento modernista que empieza a finales del siglo XIX y que la guerra aplaza pero no interrumpe. Lo obstaculiza, lo dificulta y lo infecta, pero ni lo expulsa (pese al exilio) ni lo extermina (pese a las metódicas masacres franquistas de la posguerra). Juan Ramón está desde luego, de pleno derecho, en esa continuidad fecunda, como me parece que lo estará también Azorín, y como lo están Baroja, Ortega, Marañón, Pérez de Ayala y otros, a pesar de todos los pesares, como Eugenio d'Ors. Pero empiezo el viaje por el final, por Madrid y hacia 1953, cuando Ortega reside en España y es objeto de ataques de una inmoralidad sin nombre por parte del integrismo católico (aunque también recibe el respeto de nuevos escritores jóvenes), cuando Pedro Salinas ha muerto ya, cuando Baroja es el testimonio de un subsistir acorazado de amigos como su sobrino Julio Caro (o como Juan Benet, o como Carlos Castilla del Pino, o como el autor de Tiempo de silencio, Luis Martín-Santos).

En ese entonces de 1953 Juan Ramón ha reanudado el contacto con la península, y lo mismo han venido...

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