Escalera al cielo/ La izquierda y la derecha, unidas, jamás serán vencidas

AutorChristopher Domínguez Michael

La alternancia en el poder, como todo en la vida, tiene su precio. Los promotores del voto útil sabían que, con Vicente Fox, triunfaba una coalición política que incluía, necesariamente, a ciertos personeros de la ultraderecha. Por fortuna, a la hora de la política en Chiapas, los sectores más democráticos del nuevo régimen promueven el diálogo y la tolerancia. En cambio, es lógico que políticos como Carlos Abascal se sirvan con la cuchara grande. Ni siquiera puso a los trabajadores a leer la encíclica Rerum novarum, sino los mandó a dormir bajo el manto de la Virgen. Acto seguido, impuso la ginecofobia como manual de superación personal, y mandó censurar, en celebérrimo episodio, libros de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Pero para fortuna de una tradición liberal profundamente enraizada en la opinión pública, actuaciones como la del secretario Abascal están condenadas al ridículo, pues los conservadores mexicanos carecen de una intelectualidad que los ponga al día en las artes de la censura.

Ambos fenómenos, tanto el liberalismo ciudadano como la mendacidad intelectual de la vieja derecha, fueron obra, en alguna medida, del ecumenismo del Antiguo Régimen. Sensible a su origen como Estado profesoral, el Priato permitió una creciente libertad artística y aceleró la secularización de la sociedad a cambio de limitar gravemente los derechos políticos de los mexicanos.

Estos días se ha hablado de Vasconcelos y de la censura que ejerció contra su obra en la vejez. Pero lo importante es que, tanto la vocación del Estado como maestro de la nación como la batalla contra la secularización, son episodios, más paradójicos que contradictorios, de ese vasto legado fundacional de Vasconcelos. Ya es hora que las Memorias de Vasconcelos -sin censura, como están en la edición del FCE- se lean a profundidad en las preparatorias y universidades del país. Leyendo esa obra entendemos por qué el Estado mexicano se siente obligado a becar artistas y escritores, a editar libros, y a sostener, más allá de los cambios de régimen, su hegemonía cultural. También, en Ulises criollo, La tormenta, El proconsulado y El desastre (1936-1938), quien no tenga tías beatas entenderá que Carlos Abascal no es un marciano, y que existieron católicos -como el propio Vasconcelos- que estuvieron a favor de la planificación familiar. Ahora que el libro motiva tantas declaraciones de amor, sería bueno que, con o sin IVA, se lea a Vasconcelos como ese padre fundador cuyas...

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