Escalera al cielo / Técnica, lectura y cultura

AutorSergio González Rodríguez

La época ultracontemporánea ha modificado en tiempo muy breve las costumbres que implican la creatividad cultural. Una década antes José Emilio Pacheco lamentaba en sus escritos semanales que la telefonía hubiera interrumpido los intercambios epistolares a través del correo postal. Adiós a las cartas-vampiro, a las epístolas como dispositivos del deseo, del devenir otro, de construir redes de significados diversos.

Apenas un lustro atrás, la compulsión por estar al día hizo de los blogs el templo de un credo efímero que terminó ahogado por el ruido y la trivialidad. Era el reino del desplante que gozaba de unir estupidez con presunción provocadora. Escribir y pensar se convirtieron en un giro de superación personal que trajo consigo la papilla del eslogan cotidiano, la autocomplacencia tecnofóbica y la ridiculez seudoesnob e infrapensante ante la masa desinformada de sus pares. Y dio lugar a la tecladomanía motivacional hecha de frases de boletín publicitario que aspira a filosofema. Fueron los profetas del amateurismo fracasado. Los blogs que sobrevivieron fueron aquellos mantenidos por profesionales con dominio experto de temas y problemas específicos.

Las redes sociales comenzaron a reemplazar dicha compulsión. Y ahora los especialistas indican que pronto Facebook, Twitter y el mismo correo electrónico serán rebasados por ladinámica adaptativa de la ultracontemporaneidad que tiende a las interconexiones múltiples en lugar de privilegiar una sola vía (cf. Steve Lohr, "Una red darwiniana", The NYT/REFORMA, 28/VIII/2010). Si el consumo mediático se hace complejo, así también deben ser las expectativas de las personas. Sin embargo, las manías de la antigua fe bloguera persisten y tienden a convertirse en fijaciones programáticas de la hora pasada que fetichizan valores vacíos de índole generacional.

Ahora se sabe que el uso de la telefonía va en caída. Tampoco suele escucharse la quinta parte de los mensajes en buzones auditivos. La instantaneidad de los mensajes textuales tipo SMS impone vínculos menos emotivos que la plática, y más selectivos que en el diálogo. Si uno recibe basura, puede ignorarla sin ningún trámite.

Desde luego, las conversaciones telefónicas continuarán para casos específicos y bajo el principio de telepresencia (cf. Clive Thompson, "The Phone Call is Dead", Wired, agosto de 2010). Lo telepresencial está lejos de ser sólo un territorio abstracto e inmanente, expresa algo más terreno e inmediato: el de la eficacia...

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