Escalera al cielo / Pérez Gay, tanatografías

AutorChristopher Domínguez Michael

En los ochenta, presenté un libro de cuentos suyos, creo que sin mucha simpatía, pues la usanza de esos tiempos, menos modosos que los actuales, era invitar aguafiestas a esas ceremonias. Después, van a ser catorce años, murió un amigo común muy querido y ambos fuimos los últimos en salir del velatorio, tan pronto se llevaron el féretro alquilado a la incineración.

Allí se estableció, de mi parte, una complicidad que habría de manifestarse en 2009 cuando leí Nos acompañan los muertos, su novela autobiográfica sobre la decadencia, la enfermedad y la muerte de sus padres. Todo lo que él o su narrador contaba -los pañales, las caídas en las escaleras, los estudios médicos a la vez imprescindibles e inútiles, la demencia senil y su farmacopea, el ejército de cuidadoras de noche y de día- lo estaba yo viviendo cotidianamente con mi propio padre, personaje cuya turbulencia un tanto picaresca se parecía en algo al presentado por Pérez Gay. Decidí no escribir sobre la novela pues toda ella me era, por identificación primaria y esencial, tan propia que temí ser impúdico. Al transcurrir la novela, además, durante las elecciones de 2006, el asunto me competía aún más: de no haberse disuelto, justo en esos meses, la mente de mi padre, habríamos tenido él y yo otra bronca política.

Pensé en llamar a Pérez Gay y darle las gracias por la palmada en la espalda: de alguna manera, a mí que no bebo, sus personajes me habían convidado de sus refinados whiskies, reconfortándome. Pero no tenía ni su teléfono ni su correo electrónico y, al fin, me abstuve de conseguirlos: un crítico literario nunca debe dar la impresión de que pudiendo escribir sobre un libro, prefiere, por más legítimas que le parezcan sus razones, no hacerlo.

Pasó el tiempo, mi propio padre murió y, hace unas semanas, leí El cerebro de mi hermano (Seix Barral, 2013) y encontré esta nueva tanatografía de Pérez Gay aún más notable que la anterior. Nada falta y nada sobra en las 141 páginas que Rafael dedica a la muerte de José María Pérez Gay (1944-2013), su hermano mayor, su maestro, su contraejemplo. Que el protagonista fuese un personaje memorable de nuestras letras resultaba, en mi caso, secundario y lo que podía yo pensar de él como intelectual, además, no era muy distinto a lo que su hermano, más amigo de la verdad que de Sócrates, presenta: una estimulante inteligencia perdida en el escenario de sus fabulaciones, la última de las cuales fue, como se sabe, su conversión al caudillismo de...

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