Escalera al cielo / Una novela de madurez

AutorChristopher Domínguez Michael

Pocas veces puede verse de manera tan nítida la madurez alcanzada por un escritor, que leyendo El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973), quien dista de ser una recién llegada a nuestra literatura. Me explico: la eficacia narrativa, el dominio expresivo, la templanza emocional, aunadas a la gracia autocrítica, característicos de El cuerpo en que nací (Anagrama, 2011) habrían sido imposibles de apreciarse de no ser la consecuencia y el desenlace, al menos, del par de libros previos de Nettel, una primera novela (El huésped, 2006) y una colección de cuentos (Pétalos y otras historias incómodas, 2008). No abandonó la vena autobiográfica pese a la insuficiencia novelística de El huésped ni se rindió ante la comprensible fatiga de quien cree padecerse a sí mismo, condenado a reescribir eternamente su educación sentimental. Nettel ha esperado pacientemente a sus monstruos y los ha dominado, sin domesticarlos del todo, como cabe esperar del verdadero novelista: un aventurero entre las quimeras antes que un domador en el circo.

El cuerpo en que nací es una novela autobiográfica: en ella el estilo, maestro de la imaginación, se nutre de una vida similar a la de la persona que firma el libro, una niña atravesando la adolescencia en ese hervidero de herejías pedagógicas y sentimentales que fueron los años 70 en México y en Francia, los escenarios principales en los cuales toda una generación (y una casta) pueden reconocerse. El reparto: una madre dividida entre su convicción de educar a sus hijos según lo dictaba la escuela de María Montessori y la necesidad de hacerse de una habitación propia (lo mandatado por Virginia Woolf) en otro país, un padre a cuya ausencia original, por el divorcio, se suma otra más, misteriosa, porque oculta una larga temporada en la prisión.

De la niña se hará cargo su abuela, víctima del mal llamado síndrome de Diógenes, esclavizada por la acumulación de periódicos y otras baratijas, personaje obviamente chapado a la antigua, pero, en su solvencia, el único respaldo de una protagonista a su vez dividida entre la observación morosa y el afán por hacerse de un lugar en un equipo infantil (y masculino) de futbol. El cuerpo en que nací, sus capítulos chilangos, transcurren en la Villa Olímpica, construida para albergar a los atletas en 1968 y, a lo largo de las décadas siguientes, el sitio de residencia de no pocos de los argentinos, chilenos y uruguayos que se exiliaron en la Ciudad de México...

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